La literatura se aparta de los lugares comunes

El diablo entró por la quebrada





–Tanto se habla de la hacienda de mi abuela que me gustaría conocerla.
–Era como todas las demás.
–¿Porqué, era?.
–Porque ahora son comunidades campesinas.
Los campesinos han destruido las soberbias casas hacienda y en su lugar han levantado locales comunales, en el caso de los míos sólo han dejado el horno, pero no como recuerdo, sino para utilizarlo, no puedo negar que lloré al contemplarlo. Se dedican al cultivo de coca, la maceran y la venden en forma de pasta básica de cocaína. Sus viviendas no equilibran con el beneficio de las cosechas de cultivos permitidos, son algo suntuosas para el lugar, ¡la pasta!, qué más podría ser. Los habitantes recuerdan con desprecio a los otrora hacendados, se sienten orgullosos de la Reforma Agraria, del senderismo y de los llamados partidos nacionalistas. El gran amor que me inspiraban aquellas tierras que sentía mías y las visitaba por el placer de contemplarlas, se ha transformado en nostalgia, la nostalgia de haberlas perdido para siempre.
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Últimamente me encaminé para allá a reencontrarme con mi pasado. Entrando a la puna el sol caía a mis espaldas, y después de dejar atrás un largo totoral conocido como Muyo Grande, detuve el caballo para decidir como lo hacía antes. Ahí se bifurca el camino, uno toma la derecha rumbo a Mayas, la ex hacienda de los Ganoza, y el otro va de frente a la que fue hacienda de tu abuela, como siempre quise ir de frente para regresar por Mayas y como siempre terminé enrumbando por la derecha para regresar por la ex hacienda de tu abuela. Como siempre, me quedaría en Mayas y al siguiente día pasaría a Quirobamba la hacienda de los Gonzáles, y luego a la hacienda de los gringos franciscos, San José, ¡caramba!, qué tiempos aquellos del  viejo Pancho. De San José a Huataullo, la hacienda de mi bisabuelo, tres días de estadía por lo menos, a todo dar, y después hasta Llamara, la otra hacienda de los Gonzáles, dicen que el tronco de los Gonzáles fue cura, bueno, eso no importa, me quedaba ahí para tomar ánimo y llegar como nuevo a la casa hacienda de tu abuela, arriba de Llamara. 
Ahora he pasado por ellas como un ladrón, escondiendo mi identidad, algo así como ver a la mujer amada casada con otro, y con muchos hijos, imposible de recuperarla. Ya no las siento mías, adiós para siempre, adiós a mi pasado, a mi linaje de hacendado, adiós al orgullo de contemplar la gran tumba de mi bisabuelo hecha para él y sus descendientes, lo poco que queda de ella se ha convertido en cementerio de los más visibles traficantes de coca del lugar. La casa hacienda ha sido reemplazada por una iglesia evangélica y una escuela estatal, la gran mayoría ha vinculado al catolicismo con los antiguos dueños, por tal motivo la gran mayoría se ha pasado para la iglesia evangélica, o cómo se llame, pero la verdad es que se han instalado a todo volumen y por todos los medios. Los receptores de la radio sintonizan al unísono programas alusivos, y “¡a su nombre!!!”, oratorias, huaynos, cumbias chicha, himnos y lastimeras plegarias religiosas se han adueñado de la voluntad de los pobladores. La capilla católica que llevaba el nombre del viejo yace en ruinas, y el santo del mismo nombre, un busto a su imagen y semejanza, tiempo atrás lo tiraron a la quebrada. La casa de huéspedes todavía queda y sirve para el alojamiento de los profesores. Como creo haber dicho, la gente se ha empeñado y se empeña en borrar todo vestigio que significa patrón. Aquella nostalgia que sentí por los pobres indios, bastardos de los gobiernos de turno, no volví a sentirla, y creo firmemente no volveré a sentirla jamás, o de repente sí, quién sabe. Son resentidos, llenos de odio, con deseos de venganza y humillación a todo lo que fue, pero también son dignos de lástima.

¿Pero quién es esta muchacha?, creo haberla visto junto a la tumba, ahí en la quebrada. Y ahora, ella, aquí, en la capilla, informándome de todo. Y sin que yo la buscara.
Iba yo taciturno, saliendo de la capilla católica, su voz fue para mí como una picadura de avispa.
–Señor..., buenos días, señor, ¿quién es usted, señor?.
–...
–¿Ingeniero de agricultura, doctor de educación?.
–¡Ah!, hola, amigo.
–¿Qué hace por acá, es ingeniero del Gobierno?.
–Estoy de paso, no soy nada, soy un simple vagabundo.
–¿Un turista?.
–Nada de eso. Un hombre cualquiera, que ha querido venir por acá.
–No me engaña, usted es uno de los hijos de los hacendados.
–Nada que ver, soy lo que he dicho.
–¿De dónde es usted?.
–De la capital de la provincia.
–¿Es policía?.
–No me agradan los policías.
–Mejor. ¿Cómo se llama?.
–Adalberto..., Adalberto, Reyes.
–Mucho gusto, señor Reyes, yo soy Felipe Ramos, yerno de don Anastasio Solórzano, él es el Presidente de la Comunidad, por él está viniendo la carretera, ¡yastá en San José! ya. Cualquier cosa amigo Reyes, estamos para servirle, no crea usted que está hablando con cualquiera, así como me ve, con mi poncho y mi par de llanques, ¡no se equivoque amigo!. Yo postulé a la Universidad Agraria, no seguí porque en fin, pero conozco mi lectura, yano somos indios, ya.
–Es un honor haberle conocido, amigo.
–Nos vemos amigo. Así como le dije, ¿ah!. 

Resultado de imagen para la puna flora y fauna cielo azul perúQué tal interrogatorio. Para qué seguir aquí, me dije, era una mañana de sol radiante y cielo limpio, tan limpio que deseaba que bajara hasta mí y me acompañara. Era una mañana como las de antaño, de la época de mi bisabuelo, se dice que cansado de hospedar a alguien, después del desayuno se dirigía al huésped para decirle “Hermoso día amigo, el tiempo invita a viajar”. Tanto tiempo había pasado de su muerte para ser yo el invitado, apenas había llegado, y ya me iba.













Y otra vez aquella muchacha, ¿pero quién es esta muchacha?, una campesina mal trajeada pero nada reprimida en su curiosidad por conversar conmigo. Esas cejas pobladas y bien dibujadas las tenemos todos nosotros, y grandes ojos negros, ¿no serás una Bocanegra?.
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La gente está revuelta, es peligroso hablar con usted, señor, todo el mundo habla de usted, le están siguiendo desde Mayas, mejor que no se haya quedado en San José. Anoche se reunieron para ver que hacen con usted, después se amanecieron cantando y danzando en la iglesia evangélica, pidiendo a Dios, creen que usted es uno de los que vendrán a quitarles las tierras. Mi papá sabía que vendría uno de la familia, decía que se estaba preparando, estudiando en una universidad, pero no sabía quién. Decía que había varios, unos estaban en Estados Unidos, otros en Lima, en Trujillo. Pero de ellos vendría sólo uno, para esperarlo nos regresó a vivir aquí. Mi mamá no quería venir, se había acostumbrado en la costa lavando ropa ajena, mientras mi papá vendía en el mercado. Pero mi papá no se acostumbró, “no soy un cholo muerto de hambre”, decía cuando no podía vender. Vendimos todo lo que teníamos y nos regresamos, yo tenía cinco años. Cuando llegamos aquí la gente nos aceptó como comuneros, pero mi padre no se contentó y les decía que pronto las tierras serían nuestras, porque vendrá uno de nuestra familia que convertirá a todos en idiotas para recuperar las tierras de mi tatarabuelo. 
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Mucho hablaba mi padre del que vendrá, hasta que le hicieron brujería y se murió gritando como el mismo diablo, como ese diablo maldito que gritaba cuando no pudo llevarse a mi tatarabuelo, no pudo llevarse porque lo encontró con el rosario en sus manos, y gritaba y gritaba, que sus gritos hicieron  temblar la tierra y los cerros se derrumbaron. La gente creyó lo que dijo mi papá, porque cuando llegó mi tatarabuelo convirtió a todos en sordos mudos para que no pudieran hablar con el diablo. Ahora quedan sólo dos de esos sordo mudos, están muy viejos y enfermos, ¡pero nunca morirán!, porque el diablo los condenó a la vida eterna esa vez que vino a buscar a mi tatarabuelo cuando estaba muy enfermo en la cama. 
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El diablo entró por la quebrada y preguntó a los dos hombres que cuidaban el puente, “¿Dónde está Carlos Bocanegra?”, nada, volvió a preguntar dos veces más, pero ¿cómo iban a responder los pobres hombres?, así que lleno de ira los condenó a la vida eterna. Después de calmar su ira siguió preguntando a los demás que encontraba en el camino, y como nadie respondía se sentó muy tranquilo sobre una piedrota y adivinó todo lo que quería saber. Quiso arrepentirse por haber condenado a los dos hombres pero se acordó que era diablo, y siguió buscando a mi tatarabuelo.

–Mejor no, abuelo, por nada del mundo iría a la hacienda de mi abuela, me podrían dar chamico. Qué salvaje forma de sometimiento.

–El mundo moderno ha cambiado las formas de sometimiento, ahí las tienes en los medios de difusión. En la tele, por ejemplo.

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