Dicen
que la fe mueve montañas, me hubiese gustado confiar en lo que todos confían,
el que se resume en una palabra, mejor dicho me hubiese gustado clamar y
confiar en Dios, o en alguno de sus enviados, como lo hacía de niño: Cada noche
soñaba con Cristo, me dirigía hasta el altar que habitaba, lo contemplaba,
siempre lo encontraba con la mirada perdida, mi llegada parecía devolverle las
ganas de vivir, y por fin me miraba, bajaba del altar, me tomaba de la mano y
me llevaba a pasear por un jardín solitario pero hermoso, que llenaba todas las
ansiedades y deficiencias de mi niñez. Y así noche tras noche, durante mis
sueños salía de paseo con él, hasta que mi madre y yo fuimos a vivir con mi
padre. Y en adelante empecé a soñar con la Virgen, me acariciaba apretándome en
su corpiño, jugaba conmigo y hasta me compraba celestiales golosinas; después
de soñarla, durante el día se me aparecía, no en persona, pero sí dibujada
sobre alguna roca de los solitarios senderos, o arriba en el celeste cielo, no
había que mirarla mucho porque luego desaparecía, y después de la felicidad
llegaba la tristeza sumándose a ella la desesperante espera, la espera de la
noche para soñarla, y al siguiente día volverla a ver de aquella forma fugaz
como solía aparecer. Posteriormente, en los primeros años de mi juventud, ni
Cristo ni Virgen aparecían en mis sueños, empecé a soñar bienes
materiales, riquezas, y de día los veía
ahí, reales, palpables, y para obtenerlos debería luchar por ellos, trabajar
como todos, o más que todos, para ser más que todos, y ahí fue donde empezó
la estúpida rivalidad con todos. Ahí donde empezó la complicación.

Me
hubiese gustado confiar en Dios, lo vuelvo a decir, pero tantas veces he
confiado, tantas lo he buscado, que he terminado por entender que Dios es
solamente una definición en la que encajan las acciones buenas practicadas por
los hombres; pero no es que me hubiese gustado, no puedo negar que en mi
desesperación aquella vez busqué confiar en él, pero para confiar primero
debería admitir su existencia como ser todopoderoso, y para admitirlo debería
sentir su presencia, y para sentirla creí que debería concentrarme en él, y en
tal concentración repentinamente me encontré dentro de algo parecido a un
socavón horizontal completamente oscuro
y sin fin, pude percibir que era horizontal por el eco que producía el
torrente y por el aire que circulaba desde el fondo, a mis espaldas, hacia
adelante. Curiosamente yo había quedado estático, flotando sin tocar piso, la
fuerza horizontal del aire parecía haberse equilibrado de manera inexplicable
con la fuerza gravitacional ejercida sobre mi cuerpo.

El sonido persistente,
atronador y diabólico del que parecía un río, se apoderó de mi existencia, se
cortó todo recuerdo del pasado, sólo había la esperanza de que una luz
apareciera iluminando el socavón, que por más aterrador que a mis ojos fuera,
me hiciera sentir que aún estaba con vida. Y después de permanecer por largo
tiempo en aquella posición, fui arrastrado hacia delante en un eterno viaje, el
pánico mortalmente indescriptible se apoderó de mí, y cuando todo parecía
acabar resulté allá envuelto en un ambiente blanco, como si estuviera tupido de
neblina, flotando con ausencia total de ruido y fuerza, este blanco aspecto en
silencio total sí que era aterrador, era la nada porque ni yo mismo me veía ni
lograba tocarme, por más que trataba, había desaparecido completamente mi
cuerpo, tal era la sensación. En el
socavón oscuro podía percibir el sentido del aire y el torrente ensordecedor de
aquel río, que me daban la sensación de existencia, pero allá en el ambiente
silencioso y blanco no me quedaba esperanza alguna, fue cuando mi deseo de
vivir se hizo más grande que mi esperanza, sostuve una lucha imposible de
explicar. Repentinamente una potente
fuerza magnética me tiraba de las manos hacia delante, de aquellas manos que no
podía ver, empecé a forcejear con ella echando mi cuerpo hacia atrás, persistí
en la lucha hasta que pude sentir que algo se abrió bruscamente a mis espaldas y
fui devuelto al socavón, y seguí esforzándome por retroceder hasta que otra
puerta se abrió y fui devuelto a la cama del hospital, ahí estaba respirando
dificultosamente con ayuda de oxigeno, que fluía desde una gran botella.

Esforzándome por recordar y preguntando a mis compañeros, pude entender que era
la mañana del tercer día de mi internamiento. Creo que esta vez no estuve en la
frontera, entre la vida y muerte, creo que ya tenía un pie en el otro lado.
Pero había regresado, y no me habían operado como pretendían hacerlo en aquella
tétrica cachina de la otra vez.
Empecé
a reflexionar, tuve vergüenza, nadie lo sabía sólo yo, tuve vergüenza porque
deliberadamente dejé que la infección se agrandara, fue la pobre anciana la que
inspiró en mí el deseo de vivir. Ahí de regreso, en aquella cama, me hice
muchas promesas, como aquella de saber vivir la vida, porque es hermosa, y más
hermosa todavía cuando alguien nos toca el hombro para sonreírnos.

Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra
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