
Además de expender comida brindaba los mismos servicios nocturnos
de la discoteca, es decir licor y mujeres, sólo que a diferentes precios. Ahí
acudían a confundirse, entre tragos, prostitutas y maricas, los tripulantes
mercantes del resto del mundo, los trabajadores de la Empresa Nacional de
Administración de Puertos, los de la Empresa Siderúrgica, pescadores comunes, y
gente de mal vivir. Muchos clientes,
antes de hacerse conocidos, pagaban el noviciado siendo víctimas de
algún atraco.
La Concha de Fierro tenía uno de los ranchos, y se encargaba de
atender a sus clientes con lo que ellos antojadizamente solicitaban. Maricas,
chinas, cholas, zambas, negras, serranas blancas de ojos claros y cabello
castaño, de todas las edades y para todos los gustos, por horas o por noche.
Por doscientos dólares la monta, entregaba virginales y tímidas muchachitas que, previo pedido, las reclutaba en los barrios pobres de la localidad, luego de la
primera vez poco a poco cogían maestría trabajando a su servicio. Tanto
agradecimiento le tenían que algunas la llamaban mamá, cómo no, si con el dinero que ganaban podían
ayudar a los suyos.
No más telenovelas ni partidos de fútbol en la casa de la
vecina o en la tienda de la esquina. Primero comprarían el televisor, luego
algunos muebles y artefactos, y después, poco a poco, reemplazarían las esteras
de la casa por ladrillos. Y finalmente, finalmente la profesión, pue, claro, en
la universidad privada de aquí no más, la
San Pablo o la San Pedro, igualito es, se asiste en el día y se trabaja en la
noche, fácil todo.
Hasta sus propias hijas se iniciaron ahí, pero aún le
quedaba una de doce añitos por la que esperaba cobrar muy bien. Mejor así antes
que se entregara gratuitamente a cualquiera de los vagos que por ahí
merodeaban, como que soy huarasina y bien serrana, a mucho orgullo, por si
acaso, y no por gusto estoy aquí.
Pero, por sobre aquella ranchería nauseabunda
en forma de “L”, sin agua ni desagüe, y fluido eléctrico robado , por sobre
ella cruzaba echando polvo desde el terminal marítimo hasta el centro
operativo, la faja transportadora de materias primas de la Empresa Siderúrgica,
la más grande del País. Partículas de carbón y mineral se cernían por las ropas
de los libertinos para terminar impregnándose en sus cuerpos, y pulmones, pero ...
“¡Qué mierda!, la plata es la que manda cholo”.
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