La literatura se aparta de los lugares comunes

lunes, 22 de agosto de 2016

La ranchería del muelle en Chimbote

La Ranchería del Muelle, una maloliente construcción de esteras, se ubicaba frente al terminal marítimo internacional de El Puerto  y a la lujosa discoteca Copacabana. 

Además de expender comida brindaba los mismos servicios nocturnos de la discoteca, es decir licor y mujeres, sólo que a diferentes precios. Ahí acudían a confundirse, entre tragos, prostitutas y maricas, los tripulantes mercantes del resto del mundo, los trabajadores de la Empresa Nacional de Administración de Puertos, los de la Empresa Siderúrgica, pescadores comunes, y gente de mal vivir. Muchos clientes,  antes de hacerse conocidos, pagaban el noviciado siendo víctimas de algún atraco. 

La Concha de Fierro tenía uno de los ranchos, y se encargaba de atender a sus clientes con lo que ellos antojadizamente solicitaban. Maricas, chinas, cholas, zambas, negras, serranas blancas de ojos claros y cabello castaño, de todas las edades y para todos los gustos, por horas o por noche. Por doscientos dólares la monta, entregaba virginales y tímidas muchachitas que, previo pedido, las reclutaba en los barrios pobres de la localidad, luego de la primera vez poco a poco cogían maestría trabajando a su servicio. Tanto agradecimiento le tenían que algunas la llamaban mamá,  cómo no, si con el dinero que ganaban podían ayudar a los suyos.
 

No más telenovelas ni partidos de fútbol en la casa de la vecina o en la tienda de la esquina. Primero comprarían el televisor, luego algunos muebles y artefactos, y después, poco a poco, reemplazarían las esteras de la casa por ladrillos. Y finalmente, finalmente la profesión, pue, claro, en la  universidad privada de aquí no más, la San Pablo o la San Pedro, igualito es, se asiste en el día y se trabaja en la noche, fácil todo. 

Hasta sus propias hijas se iniciaron ahí, pero aún le quedaba una de doce añitos por la que esperaba cobrar muy bien. Mejor así antes que se entregara gratuitamente a cualquiera de los vagos que por ahí merodeaban, como que soy huarasina y bien serrana, a mucho orgullo, por si acaso, y no por gusto estoy aquí. 

Pero, por sobre aquella ranchería nauseabunda en forma de “L”, sin agua ni desagüe, y fluido eléctrico robado , por sobre ella cruzaba echando polvo desde el terminal marítimo hasta el centro operativo, la faja transportadora de materias primas de la Empresa Siderúrgica, la más grande del País. Partículas de carbón y mineral se cernían por las ropas de los libertinos para terminar impregnándose en sus cuerpos, y pulmones, pero ...

 “¡Qué mierda!, la plata es la que manda cholo”. 


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