Me había traído al mundo, me había educado.
Claro. Es mi madre, como hermana mayor asumió una voluntaria y gratuita
servidumbre hacia el hogar de sus padres, sus hermanos primero la veían como a
madre y ella como a hijos, obtuvieron libertad económica y ella se quedó en lo
mismo, sin duda, la criada. Es mi madre, la he sorprendido hablando con las
gallinas, cómo contradecirla, sólo lo sé para mí. A los tres años ya leía el
abecedario, ella tenía la paciencia de enseñármelo, dicen que hay quien peca de
pensamiento, pues pecando estoy porque recuerdo que después de la lección solía
contarme que una mala mujer le pidió a su esposo le llevara el corazón de su
madre para complacerla, y el esposo terminó complaciéndola, ¡yo nunca haría
eso!, le repetía a mi acongojada madre, nunca. Lloraba a gritos cuando le dolía
la muela, yo tendría algo de ocho años, le pedía a Dios me entregara aquel
dolor, lo hacía llorando, suplicante y de rodillas, cuidando que nadie se diera
cuenta, y como Dios no lo hacía opté por destruirme los dientes con la púa de
mi trompo, y después vino el dolor, el que yo mismo busqué. Mi mente se ha
nublado, no puedo seguir pecando. Ella no está, que la pase bien junto mi
hermanita, otra semana santa que la paso solo, un año de la muerte de tía
Margarita, vivía al frente, no he vuelto a ver abierta la puerta de su balcón,
su hermana mayor, la tía Modesta, se arrastra por el patio y zaguán de su casa
en busca de sol, dónde sol en esta época, neblina, lluvia y tristeza solamente,
menos mal que tiene a su hijo con ella, soltero él, la cuida como a una
chiquilla y se abastece para pastorear sus veinte ovejas, debo mirar en él para
tomar fuerza. Mas, desde que me acuerdo, cada semana santa me trae un olor a
muerte. Están velando al vecino Tomás, han matado una res, se escucha el laberinto de los borrachos y el
chillar de la banda de músicos, tienen para tres días de regocijo; algo de diez
años estuvo en Lima, sus hijos lo llevaron a morir allá mientras vivía y ahora
lo han traído a vivir acá. Olor a muerte, peor ahora que no estás mi querida
madre, la pichuchanca ha dejado de cantar y el grillo se ha marchado, también
el tuco. Más tarde pasará por aquí la procesión de viernes santo. Algo más de
un año de la muerte de la vecina Gaudencia, pero aún resuenan en mis oídos sus
ancianas quejas por la vida que llevaba, sola ella, sin hijos ni marido ni
nada, sólo la familia que le acompañaba a cambio de quedarse en su casa, pobre
mujer, cuánto pudo haber ahorrado en fósforos durante su vida, siempre venía
con una callana a “pedir candela”, y ya muy viejita a cambiar dos huevos por
azúcar. Recuerdo mi niñez, cuando vinimos a vivir con mi padre, los días que
pasábamos sin azúcar, tenía que escaparme a la casa de mi abuelita para poder
tomar un poco de café. El café, el café que tengo estoy hirviéndolo repetidas
veces, no tiene sabor, ya. ¡Ay, mamá!, si supieras que vine sólo por ti, si
supieras que cuando te accidentaste estuve dispuesto a dejar mi empleo para
dedicarme a ti, fue el jefe que tenía el que me aconsejó para que no lo
hiciera, pero cuando decidí dejar mi empleo por segunda vez él ya había
renunciado, y me vine, pues, me hacía falta un padre que me aconsejara, así lo
creo, ahora, en este preciso momento, añoro los buenos tiempos, mas no hay
marcha atrás, demasiado tarde, debo soportarlo todo. Mi padre perdió a su madre
cuando yo era muy pequeño, apenas me acuerdo de ella, luego del entierro sufrió
un derrame, algo de un año estuvo con la boca torcida, y él, el pobre viejo
murió a los cincuenta y cuatro, quería morir lejos de aquí y se cumplió su
deseo, a veces pienso que pudo ser un suicidio bien calculado, iba en la
pobreza y yo le exigía dinero para estudiar, usaba una lupa para leer, las
gafas se le habían roto, sus averiados dientes eran evidentes, gafas y dientes
todo un capital para tenerlos, y encima yo, talvez mis requerimientos fueron
decisivos para que se marchara en busca de dinero, no regresó. Pero tampoco se
portó bien conmigo cuando niño, un día me amenazó con ahorcarme si no aparecía
el borrego, pero apareció, ¿qué si no aparecía?. Te recuerdo y te extraño,
mamá, y lloro en mi soledad, ni este licor puede nublarme, la olla ahí hirviendo
me trae tu figura, seguro que a esta hora de la casi noche llevarías el pañolón
puesto, el negro, el moteado, el que arrastras mientras caminas, tus torcidos
dedos habrían cortado las papas y la cebolla, estarías cocinando una sopa con
algo de molido ahí dentro, de maíz o de trigo, no nos faltaría que comer, tu
magia primaría como siempre, llegaban a esta casa todo tipo de gente y nunca se
iban sin comer ni dormir, eras muy activa, lo recuerdo muy bien, aunque en cada
actividad me arrastrabas contigo regañándome y eso me molestaba, especialmente
las frías madrugadas en el amasijo del pan para la venta, y el caldo de
cualquier cosa para los transeúntes y la venta de alfalfa para sus acémilas,
algo de dinero nos venía, pero también recuerdo que me perseguías hasta el
cansancio cuando no lograbas castigarme por algo que no te cumplía, yo corría
hasta la chacra donde a diario acudía mi abuelita, mi ángel de la guarda,
recuerdo eso de que “no me tienes el pan cocido”, significaba una cueriza,
también lo hacías con mi hermana y corría hasta la chacra en busca de nuestro
padre, una vez, de quién sería la idea, te cosió un pan y te lo entregó, no te
quedó más que reír. ¿Me estarán viendo mis abuelitos?. A papá nunca le fue bien
en negocio alguno, una gran lista de deudores que yo recorría cada fin de mes,
qué difícil me resultaba cobrar, los que debían de licor y de billar,
¡olvídate!, la minería era su fuerte, pero nunca aguantó su condición de
subalterno y siempre terminaba peleándose con el jefe. Ayer comí papas y ahora
también, las he cortado de mil maneras, trocitos, rebanadas, medias lunas,
hasta las he rallado para que mi sopa parezca atractiva a mi vista en primer
lugar, es que estoy sin un sol, no debí comprar licor, pero qué importa, no
sólo de pan vive el hombre, también de papas. Mañana las haré fritas y pasado
sancochadas. Esto de tomar licor, primero se traducía en mí como un
exhibicionismo, para demostrar que sí podía, para nivelarme con los demás
exhibicionistas que pedían de a docena, después y ahora se traduce en mí como
una protesta, no estoy conforme con la vida que llevo. Cómo estarán mis hijos,
y las hijas de mi hermana, mi hermana es un padre para mí, nunca me abandona,
está pendiente de lo que pudiera faltarme, esto me avergüenza, no es ella quien
debe ocuparse de mí, antes de partir mi padre me pidió que cuidara de ella,
pero yo ¿qué puedo hacer?. Los hermanos de mi padre no me preocupan porque no
sé ni cuántos tiene, mejor así, la única hermana de madre que tuvo, muy apegada
a nosotros, partió después de él. La casa de mis abuelos, qué sola está, siento
profunda nostalgia cuando voy para allá, mis primeros años ahí, aún se
encuentra el poyo donde cada tarde, a eso de las cinco, me instruías en el
abecedario. Tus hermanos deben estar bien, antes se acordaban de ti, te
escribían y hasta te mandaban panteón en navidad, pero tú te acordabas de ellos
más seguido, amasabas lo que les gustaba, ricos biscochos y pasteles de maíz,
humitas cuando los choclos, ahora ya no puedes, todo se acabó, deberían estar
felices por lo que nos pasa, pero es todo lo contrario, Victorio y Eugenia se
empeñan en dilapidarnos, debe ser por las propinas que recibí mientras
estudiaba, las que venían de Victorio, yo estuve listo a pagar apenas empecé a
trabajar pero no me aceptó, si yo hubiera adivinado lo que pasaría le hubiese
puesto el dinero en el bolsillo, y a la mierda. Yo era el líder de la manada,
suena a egolatría, pero, cualquiera en mi condición diría lo mismo, ¡y porqué no decir que el mejor!, los
cumplidos me venían de aquí y de allá, no sé si di algún bien, material o
inmaterial, pues si lo di no me acuerdo, no debo acordarme, lo dado dado está,
¿o es que me cumplían con la esperanza de sacarme algo?. Moriría sólo por saber
qué hacen y piensan de mí después de muerto, pero ¿se podrá observar desde el
celeste cielo, se podrá ser omnisciente?. Crecí, luché y fracasé. Recuerdo
cuando partí, tu llanto de Magdalena y la oposición de mi padre, me fui a pie
hasta punta de carretera y él me alcanzó en el trayecto, y apenas llegamos a la
costa me ayudó a conseguir empleo, él lo consiguió. Soy muy sensible, me emociono fácilmente, mis
sentimientos priman sobre mi razón, hubiera optado por el primero yo segundo yo
tercero yo, o lo que es lo mismo, antes yo ahora yo y después yo, pero ¿sería
feliz?. Mi vida es un huayco muy torrente, y para no marearme y caer en él de
repente busco el alivio de mi consciente tomando un poco de aguardiente, ja ja,
me río, ¡bravo!, concupiscente. A ver si nazco de nuevo, pero tendría que ser de
otros padres y en otro lugar y en otro tiempo, ¡qué va!, estoy suponiendo
imposibilidades. Qué será de la flaca, sino me hubiese llamado Sonia, estaría
con ella o talvez no. ¿Se habrá casado?. Me gustaría evocar el amor de las
mujeres, pero ahora no siento nada, sólo sé que cuando estaba solo buscaba una
y cuando estaba con una buscaba estar solo. Quién con algo de criterio quiere
ocuparse del matrimonio como algo sublime, si es un gran negocio para la mujer
poco tonta, poco delicada, poco decente, poco culta, mientras más adinerado el
hombre, mejor. Había creado mi propia divinidad, mi familia, compuesta
por mi esposa, mis hijos, yo, la familia de ella y mi familia, no resultó.
¿Podré crear otra?.
A la mierda, no más recuerdos que me hacen daño. El cuá cuá de los patos, el mé del carnero y el cra cra de las gallinas, me aturden sobre manera después de beber demasiado, ya me imagino el día de mañana y por la noche con el insomnio, los patos en el patio mientras yo me desplace por él.
A la mierda, no más recuerdos que me hacen daño. El cuá cuá de los patos, el mé del carnero y el cra cra de las gallinas, me aturden sobre manera después de beber demasiado, ya me imagino el día de mañana y por la noche con el insomnio, los patos en el patio mientras yo me desplace por él.
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