La literatura se aparta de los lugares comunes

martes, 19 de septiembre de 2017

Carta a César Vallejo

César:

Ayer fui a buscarte, de Pallasca a Santiago, te cuento que estaba cansado de tanto pensar, que mi cabeza era un costal de ideas que quería liberar, ¡pero nadie me las quiso aceptar!. Mi caballo me miraba triste, como invitándome a pasear. De pronto me acordé que sabías sostener tu cabeza ayudado por el puño y jugando el pulgar, entonces a lomo de caballo a tu casa fui a dar.

En la grupa cargaba la esperanza de contigo poder conversar, pero al llegar a tu casa eras niño aún, andabas muy feliz jugando con tu hermano Miguel, por la cocina, por el patio, por el zaguán. Mucho hice para llamar tu atención, pero tú nada de darme importancia; mi corazón explosionó en aquel momento, y mi alma se quebró de dolor.

Pasó algún tiempo y me alegré porque aún tu cabeza no empezabas a sostener, me alegré por ti, di media vuelta y volví donde mí. Llovía mucho dentro y fuera de mi ser, y un granizar obligó a mi viejo caballo a doblar las orejas y empezó a jadear, ¡al suelo se tiró aparatosamente!, y antes de estirar la pata con voz de arenga me dijo: “ ¡Amigo, sigue tu trajinar! ”. Pasó entonces don Quijote y le pedí repitiendo aquella canción:  “Caballero, hazme un sitio en tu montura, hazme un sitio en tu montura que yo también voy desdichado”; pero don Quijote volteó y me retó: “¡Por mi dama, vas a morir!“, y con su lanza atacó, y me dejó tirado entre el barro y la lluvia. Luego una mano me tomó por el hombro, era una bella mujer, me invitó a seguirla, mis heridas en su casa curó, me quedé dormido, y al despertar ya se había ido, para no volver...; sobre mi pecho dejó un adiós. 

Ante tal  creciente adversidad, César, ¡imploré a Dios!, no me escuchó y lo reté:

Dios mío estoy llorando al ser que ha muerto, me pesa el haber tomado de sus bridas, pero este jinete de palo y desarmado, no es más que otro Quijote alocado que va buscando un amor que se ha marchado. Hoy en mis ojos hay sangre como en un Cristo humillado, ¡Dios mío, prenderemos por la noche en el Olimpo las antorchas y tú competirás conmigo!. Tú cabalgarás orgulloso las estrellas, y yo, maltrecho pero más grande que tu creación, cabalgaré galopando sobre mi costado. Y claro que será una competencia desigual, porque mientras tú remontes por el ancho cielo, yo apuraré en el fango porque soy de la tierra, y estoy seguro harás que esa noche llueva mucho. Y al final de la meta, no podrás bajar porque estarás muy alto; pero yo, sangrando, prenderé la antorcha de la olimpiada, de la olimpiada de la vida. Entonces ya con el alma erguida, llamaré a los niños de la tierra, que aprendan que no se queda aquel que con amor quiere ganar la guerra.

Después del reto volví hacia ti, pensando, sosteniendo tu cabeza te encontré. Dime, César, si lograré vencer.

Pallasca, 05 de diciembre del 2001


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