Padre:
Hoy día, que es de esa tarde
otra tarde, la mía, no menos que la tuya, he cerrado mis ojos para mirarte y te
he visto sentado en el poyo, no de la rústica cocina, el de tosco barro, te he
visto en el poyo celestial de la sabiduría, y tu risueña mirada me ha
contemplado como queriendo decir que lo has logrado, y claro, no estás
equivocado, cada inspiración tuya vive dentro de mí. Y en el corral que otrora
te complacía contemplar la puesta del sol, después de asegurar a la estaca
nuestro escaso ganado, has estado ahora dispuesto a detenerlo, quizá porque se
me hace tarde y me sorprenderá la noche matando mi caminar, o quizá por
demostrarme que puedes hacer lo que yo mucho tiempo demoré en entender: Detener
el sol para avanzar.
Padre, esta noche te soñaré,
abriré todos los telones de las etapas de mi vida hasta llegar a mi niñez, te
soñaré a lado de mi madre, en el corral, ordeñando la vaca Pintada, te soñaré
bebiendo la fresca leche y compartiéndola conmigo. Después me apurarás para ir
a la escuela, y yo quizá olvide de practicarme completamente el aseo, pero, con
lo perezoso que soy para la escuela, ¡tendré que ir!, porque me hiciste saber
que el conocimiento es la máxima realización del ser humano, y a la sazón
marcharás a tu trabajo.
Ya fuera de casa, tú en lo
tuyo yo en lo mío, esperaremos con ansia la hora de retornar al hogar para
estar junto a mi madre y mis hermanos, junto al perro, junto al gato, junto a
las gallinas, todos, una gran familia.
Por la tarde iremos juntos
hasta el corral para asegurar el ganado, el toro, el toro Lugo será el más
difícil de atrapar, yo iré jugando con mis hermanos para no perder tiempo en el
camino y tú me irás regañando creyendo que lo estoy perdiendo. Mi madre apurará
en la cocina con los leños torcidos por el viento. Y después del ganado, con el
Lugo por fin atado, ¡chisha!, ¡chisha!, arrimaremos las aves al gallinero.
Cenaremos todos juntos mientras crucemos ocurrencias, y claro, que de mamá no
faltará un agradecimiento a Dios por el pan de cada día. Y si es mayo, desgranaré
los choclos sobre el batán para las humitas. Después pasaremos a los libros, tú
en lo tuyo yo en lo mío, y en seguida, antes de acostarnos, encargaremos a
nuestros perros la seguridad de la casa, “¡Fidel!, ¡Indio!, ¡to to to!”, y
todos juntos daremos gracias por lo vivido. Y cada uno de nosotros soñará lo
que de amor en el día haya tenido, que no sean pesadillas, no, por favor,
¡Padre mío!, no quiero esos sueños que semejan el infierno, no esos sueños que
reproducen un vivir aturdido lleno de limitaciones y por consiguiente de
impotencia frente a las vicisitudes de la vida; quiero, Padre Mío, que sea como
el dulce néctar de las flores con el fondo musical que produce una cascada.
Y después de soñarte me
levantaré para imaginarte hasta entrada la noche, y mientras termine de hacerlo
prenderé el fogón con leños torcidos para preparar la cena. A la luz y calor
del fuego me sentaré en el poyo de la cocina, y te escribiré esta carta que
cualquiera no podría entender, sólo tú, ¡Padre Eterno!.
Y te espero en mi última cena
(Pallasca, 2008)
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