La literatura se aparta de los lugares comunes

sábado, 17 de diciembre de 2016

El espejo

Además, si deseo mirarme en un espejo, hay tantos para hacerlo: el tuyo, el de Raúl el marica, el de Díaz Yaya, el espejo del tombo que me encarceló. Algo de ustedes debo tener, algo de hipocresía, algo de egoísmo, algo de grandeza, algún apetito de poder, un vicio mundano, algo de vejez, qué sé yo. 

Delgado negociaba con los acaparadores después que yo los encontraba culpables, tantas veces que llegué a perder autoridad frente a los comerciantes y me dije a mí mismo esto no puede ser, a la mierda Delgado, a la mierda la Junta de Especulación y Acaparamiento y a la mierda todas las normas y entidades de control. Así que en mis próximas incursiones negociaba directamente con los comerciantes, “¿Prefieren arreglar conmigo más barato que con el ingeniero?”, y salía todo transado a precio de oportunidad. Empecé a ganar dinero sucio que los cheques de mi sueldo quedaban íntegros para ahorrarlos, plata como cancha, diversiones, comilonas y borracheras con los mismos comerciantes que llegaron a ser mis grandes amigos. Corté los ingresos sucios de Delgado y di luz verde a los míos. Pero ahí nomás no debería quedar, me faltaba Ipanaqué, a la mierda Ipanaqué, yo no tenía ingerencia directa en el camal para tratar con los matarifes, pero para qué si tenía todo el control de los comerciantes minoristas, comerciantes que recién se estaban formalizando y para formalizarse requerían de una libreta de control de carnes expedida por el Ministerio de Agricultura, las libretas tenían un costo y a mí me las entregaba Ipanaqué inventariadas y con cargo, cada carnicero llegaba con su libreta hasta el camal y en la administración del camal se registraba en ella el peso de la carne y su clasificación sellándola en conformidad, la administración del mercado sencillamente sellaba la libreta como señal de aprobación mas nunca pesaba la mercadería, para qué pesarla si el administrador sabía que los carniceros adquirían carne clandestina para venderla como inspeccionada. Así que después que hice el seguimiento pedí que pesaran la carne en mi delante, los carniceros se alborotaron y juntamente con el administrador del mercado me pidieron me reuniera con ellos. Y sorpresa, me dijeron que yo tendría mi parte y en adelante la tuve porque eso estaba buscando cansado de saber las pendejadas de Ipanaqué que aún no se había enterado de la comercialización de carne clandestina. Mi cargo era inspector de comercialización de productos alimenticios, ya te puedes imaginar la cantidad de establecimientos que tenía que inspeccionar, plata sucia me venía por los dos lados y se reforzó mi propósito de ingresar a la escuela Militar para hacerme General y luego golpear para ser Presidente de este maravilloso pueblo llamado Perú. Qué te parece.
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–No me sorprende, por lo mismo te enamoraste de Nadia, porque sabías que su padre era hacendado, no me sorprende porque para eso querías ser militar, ¿qué sería del Perú si hubieses llegado a General de División y con un golpe ser Presidente de la república que tanto nos ha costado conseguirla?. Menos mal que no llegaste a nada, Dios sabe lo que hace.
Resultado de imagen para teleféricos–¿No te sorprende?, ¡pues que te sorprenda!, porque yo pensaba llegar dónde me había propuesto y organizar un grupo de espías de mi total confianza para infiltrarlos en la administración pública y mandar a toda la calaña de sinvergüenzas a trabajos forzados en la construcción acueductos, centrales hidroeléctricas, carreteras y líneas férreas. El país tendría por lo menos dos líneas férreas de penetración a la selva y una de norte a sur, de frontera a frontera. Y en la última etapa de mi gobierno, antes de entregar el alma al diablo, haría 47 kilómetros de túnel-canal para unir el río Marañón con el Tablachaca y aguas abajo llegar al río Santa para después terminar en el océano Pacífico. Así, como jugando toda la arenosa franja de la costa resultaría verde, como jugando tendríamos el ferrocarril de penetración a la selva y como jugando la energía eléctrica más económica que jamás se soñó, y con esta energía descolgaría una serie de teleféricos desde el mismo espinazo de los andes a la costa y a la selva que sería una maravilla verlos desde arriba, desde el cielo.  
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Y el logro supremo, como jugando resultaría unido el Pacífico con el Atlántico y en materia de construcción de canales navegables habríamos superado a la gran China, claro que éste sería un proyecto de interés internacional y por lo mismo maravillosamente delirante contemplarlo desde arriba, desde el cielo. Dios sabe lo que hace, bienaventurados los idiotas y sinvergüenzas por que de ellos es el reino de la tierra.
–Oye, tú estás loco, has perdido el juicio, qué es eso de cómo jugando, más económico te resultaría construir una escalera a la luna.
–Estoy loco, sí, pero en el buen sentido de la palabra. Una escalera a la luna, por qué o para qué, cómo.
–Si lo que dices estuviera dentro de lo razonable, hace rato lo hubieran hecho otros de renombrada trayectoria en materia de ingeniería.
–Tú lo has dicho, otros, otros no son yo.
–Por lo menos tienes idea de cuánto costaría ese utópico canal.


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–Nada, sencillamente nada, así como lo escuchas.
–¡Oye!, tú te pasaste de, de, no sé de qué.
–Simplemente un trueque.
–¿Trueque en pleno siglo veintiuno?.
–Trueque y un económico canon minero de yapa en beneficio del Perú.
–Cómocomocómo, no te entiendo.
–Le entregaría a ellos todo el material que saquen del túnel.
–A quiénes.
–A cualquiera de los tantos consorcios mineros.
–No aceptarían, entiendo que ellos se dedican a la explotación de betas ricas en minerales.


–Por eso, se trata de atravesar una cordillera que es un enmarañado de vetas muy ricas en minerales, oro, plata, plomo, cobre, tungsteno, etc, etc.
–No creo.
–¿Porqué no crees?, si se trata del último grito de la tecnología minera, la Explotación a Socavón Abierto, un socavón principal con socavones ramificados siguiendo el curso de las betas.
–Bueno, si de eso se trata no te puedo contradecir, yo creí que era una locura tuya.
–Entonces, ¿estás de acuerdo con mi explicación?.
–Sí, pero, ¿qué agua recogerías del Marañón? si dentro de poco con el calentamiento global toda la cordillera blanca se quedará en nada y los ríos se secarán.
–Ah, compadrito, eso también se solucionaría, y a mediano plazo.
–Los científicos y los ingenieros están perdidos, no saben que hacer con el calentamiento global, y tú me dices que todo se solucionaría. ¿Eres, acaso, Dios o Superman para evitar el deshielo?.
–Los científicos y los ingenieros de verdad se pierden a propósito, para sacarle más provecho al asunto. Los otros sí, están perdidos.
–Dentro de poco el recurso agua será el más caro del planeta.
–Qué quieres decir, ¿qué el agua tiende a desaparecer del planeta?.
–Bueno, talvez no desaparezca, pero habrá menos agua, es obvio, ¿no?, sólo la mano de Dios podría evitarlo.
–No es obvio, la cantidad de agua en la tierra siempre será la misma, salvo que desaparezca la gravedad terrestre y el planeta explosione esparciéndose por el espacio, entonces para qué querríamos agua.
–Pero todos saben que el agua escasea.
–Falso, el agua está completa, sólo hay que saber recogerla, y claro, también hay que aprender a usarla.
–Entonces los deshielos, qué, ¿son una mentira, acaso?, son reales.
–Sí, pero, no. Mejor te explico de otra manera, de una sencillísima manera, dime primero ¿qué efecto tiene el calentamiento sobre el agua?.
–Sobre el agua, sobre el agua, sí, claro. Escasez del líquido.
–No. Produce decremento de agua sólida, incremento de agua liquida, incremento de agua en vapor, y como consecuencia final incremento de lluvias. Talvez en el futuro ya no veamos grandes reservas de agua congelada, pero tendremos lluvias y recogeremos el agua de lluvia para almacenarla en adecuados reservorios.
–En las azoteas, como los paneles solares, ja ja.
–Algo parecido, los reservorios serían en las partes más altas de las zonas lluviosas, una cadena de lagunas artificiales que superen las reservas de agua sólida de los nevados. Pero para que se haga realidad tendría que decirlo un organismo internacional y no yo.


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–¡Puta! que recién me acuerdo, el ciclo del agua, pue, me enseñaron en la primaria. El agua de mar se evapora por el calor del sol, se congela a temperaturas bajo cero en los cerros más altos, se derrite por el calor del sol y forma grandes lagunas,  las lagunas alimentan riachuelos, los riachuelos ríos y los ríos océanos. ¡Puta!, que elemental.
–Sí, claro elemental, muy elemental después de tanto indagar, pero debes tener en cuenta que ya no habrán cumbres nevadas como reservas de agua para los periodos sin lluvia, y por eso se hace necesario remplazarlas con lagunas artificiales.
–Ah, ¿viste?, ahí está el problema.
–El mismo problema que tuvo este pueblo en épocas remotas, cuando el Chonta dejó de ser un centelleante nevado, pero los ingenieros de aquella época dieron solución al problema.
–Cómo.
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–Construyeron un sistema de represas superpuestas semejantes a los andenes destinados a la agricultura, toda una maravilla. El agua de las represas se filtraba paulatinamente por las rocas para aflorar cristalina por las quebradas en las faldas del cerro. Por supuesto que también había represas con sus respectivas compuertas de drenaje para un mejor abastecimiento.
–O sea que ustedes jamás tendrán escasez de agua.
–Todo lo contrario, nos falta agua,
–Porqué, ¿ya no llueve en el cerro ese, que dices?.
–Cualquier cantidad de lluvia.
–Entonces.
–Las represas empezaron a deteriorarse en el siglo antepasado a tal punto que ahora lucen prácticamente inservibles.
–¡Negligencia!, descuido, pereza, ignorancia. Reconstrúyanlo, compadre, ¿tú no puedes hacer nada como ingeniero?.

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–Ni mierda, aquí nadie me toma en cuenta, creen que estoy loco. “¿Para qué represas si no hay agua para llenarlas?, lo que quiere es que lo contraten porque anda pateando latas, ese hombre está loco”, es lo que burlonamente argumentan.
–No conozco de ingeniería, es posible que tú tengas la razón, pero eso de construir un canal que una el Pacífico con el Atlántico, justamente por la parte más ancha de América del Sur, ¡Dios mío, cuántos kilómetros!, eso sí que es una descomunal locura, es no tener que hablar.


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–Una locura realizable, aunque para qué tanta construcción, ¿para qué tanta tontería si nunca llegamos a entendernos?.
–¡Ves!, dices y luego contradices, no hay seriedad, por eso no te creo, nadie te creería, ni el más ingenuo. Te niegas a ti mismo.
–Me reafirmo a mí mismo.
–Deja esas locuras, hombre, y mejor dime si has vuelto a ver al Tombo.
–¿Qué interesante puede ser un tombo?. Bueno, dejemos las locuras y ocupémonos de la estúpida y común realidad humana. Sí los he visto, a los tres juntitos, Raúl, Díaz y el Tombo, tres personas distintas y una sola verdad, la pendejada.

Hace poco, un mes a lo más, me hicieron llamar con un policía, “Tiene usted una denuncia, acérquese a la comandancia”. Llegué cuanto antes, y ahí estaba sentado, conversando amenamente con el policía, un pelón obeso, moreno, algo sesentón.
–Pase, señor Gonzáles –me habló el policía, cambiando bruscamente de sonriente a serio e invitándome a tomar asiento en una rústica silla de madera, a dos o tres cuerpos de la otra persona y frente a un escritorio del mismo material que albergaba a una computadora, tras del escritorio esperaba sentado el policía. De los cinco que cubrían la comandancia sólo uno estaba ahí, los demás bebían cerveza afuera.


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–¿De qué se trata? –arremetí, sin la mínima cortesía.
–El Doctor Ayala ha presentado una queja en su contra –me contestó el policía, aludiendo amablemente con la mano extendida al tipo de ahí.
–No sé de quién se trata, no lo conozco –respondí, enfáticamente.
–Yo sí, mi general –dijo el tipo, mirando al policía, en un tono entre nervioso y burlón,  mientras se frotaba las manos. Quién es este tipo de trato castrense, me pregunté, mientras desfilaban por mi mente diversas figuras familiares del recuerdo–. No puedo olvidar a mis superiores.
–¿Un familiar de Florida, es usted?.
–¿De Florida, de Estados Unidos?. Nada que ver.
–De Florida Ayala.
–Soy Ayala, pero no conozco a esa mujer. Conozco a Rosita, su prima, mi general, su hermosa prima, mi general. Rosita Pugliesi. Me hubiese casado con ella, pero su sangre azul no lo permitió.

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Toda mi inocente adolescencia se arremolinó en mí, el marica de Raúl, el robo a la tienda, y el tombo que me sacó la mierda en el calabozo. Cuando salí libre de toda culpa, le dije que me vengaría, que era muy joven y me haría oficial de policía con el único propósito de vengarme, que quería verlo ahí arrodillado suplicándome por su puesto de tombo subalterno. El tipo tomó muy en serio mi amenaza, conquistó a Rosita, mi prima lejana, y le clavó un hijo,  luego se trasladó a la costa con el propósito de hacerse abogado, no podía lograrlo, hasta que llegó la avalancha de universidades particulares e ingresó a Los Santos, en el puerto de Chimbote. Y ahora lo tenía ahí, como diciéndome lo he logrado y tú no. Sádico, el hijo de puta.
–Así es mi general, soy Ayala y aquí me tiene.
–¿De qué me acusa?.
–De no haber logrado su venganza.
–Hablo en serio –era ridículo, aquello, no estaba dispuesto a soportar y me dirigí al policía en tono enérgico–. ¿Qué broma es ésta, señor policía?.
–Ninguna broma –se escuchó la voz de Raúl mientras irrumpía por la puerta de la comandancia acompañado de Díaz Yaya y con una caja de cerveza–. El Doctor quería verte, pero no encontraba la forma de hacerlo. Olvidemos los rencores pasados, ¿sí o no, jefe? –el policía asintió con la cabeza–, olvidemos todo y miremos el futuro.


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El gordo de mierda se paró y me extendió la mano, contra mi voluntad correspondí, mientras Raúl abría alegremente la primera cerveza, contra mi voluntad tendría que aceptar, me repugna la manía de sentirse bien tomando licor, pero no pude evitarlo, la comandancia se convirtió una vez más en cantina. Raúl llevaba la nariz roja y la piel exfoliada, aquel rostro blanco como la leche de sus tempranos años había recibido los efectos del licor. Qué importaba su mariconada, ésta no era la causa por la que yo lo odiaba, su sinvergüencería, y en contraste su yo soy imponente, su aristocracia reprimida, esto sí. Pero para él, su orgullo, su forma de hacer frente a la vida. Empezó robando gallinas luego carneros, estaba seguro que nadie lo sabía porque lo había orquestado muy bien, pero no fue la única tienda que robó, conjuntamente con sus hermanas desvalijó otras más. El licor me hacía imaginarlos. Imaginaba a Raúl vestido de mujer, demasiado alta, de pelo castaño, nariz prominente y cejas pintadas, con notorio cuello de iguana delatando su vejez. Qué infierno había dentro de él, no lo sabía, su desmesurado interés por el dinero fácil le venía de familia, mejor que yo no tenga hijos, por que me podrían salir fáciles maricas, como él. Y entre trago y trago llegaba la desinhibición. Díaz Yaya, de cara y cuerpo entero, un viejo primate del Parque de las Leyendas, acosado por la avaricia, por ella vendía hasta mierda para los municipios, nada que vendía, vende. Y el otro, gordo de porquería, de botas vaqueras y portafolios, juez de los poblados del oeste americano en las películas, alguacil retirado, qué hacía por aquí, ¿un marica a su vejez?.
–Gonzáles –me dijo, acentuando los tres grandes surcos de su frente, y me lanzó de hacha una proposición–, quiero que seas catedrático.
–No creo que pueda hacerlo –le respondí de la misma manera, de frente.
–No creas que hablo por hablar. Soy catedrático de la universidad Los Santos, catedrático, promotor y compadre del dueño, porsiacaso –fanfarroneó el Tombo.

–Espera, ¿dijiste que el Tombo es compadre del dueño de Los Santos?.
–No.
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–¡Mierda!, acabas de decir, es él, entonces me conoce, o yo a él. Perdón, olvídate.

–El Doctor dice la verdad –se inmiscuyó Raúl–, si te ofrece es porque puede, además está promoviendo la apertura de una sucursal en la provincia, es tu oportunidad.
–La suerte está contigo, como siempre, ¡ese chiquillo! –intervino Díaz Yaya, mientras el policía, sonriente, daba un sí con la cabeza.
–Prefiero no hablar de negocios con licor.
–¡Humberto!, con el trago se consiguen muchas cosas, buenos amigos, acepta primo, no seas cojudo –me dijo Raúl, muy alegre.

¿Raúl seguiría pensando en mí como su idilio frustrado?, se le veía interesado, no sólo esta vez, también cuando fue Alcalde. ¿O pronosticaba que tarde o temprano yo llegaría a contar lo que sucedió allá en la chacra?. Bueno, pero la verdad es que nadie lo sabe, sólo tú. A toda insinuación rechacé.

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La borrachera llegó a su punto, la desinhibición estaba manifiesta, las anécdotas sobre logros y preponderancias en la vida, sobre burdeles y mujeres fáciles, se cruzaban de aquí y de allá. Raúl se lamentaba por no haber tenido un hijo, repentinamente prorrumpió en llanto. Todos aportamos para consolarlo. Y luego Ayala resultó llorando, “mí hijo, mi hijo, qué será de mi hijo en Rosita”. Rosita, mi primita, la profesora, la del calzón flojo, luego del hijo con Ayala se sometió a un ligamiento de trompas, decían sus amigas, y tuvo más hombres que mandados hacer. Su mamá peleaba con las muchachas del pueblo por algún hombre que ella gustaba para su yerno, unas peleas callejeras que hacían que se olvidara de su noble raza y de su condición de educadora, pero lo aristocrático y liviano de Rosita hacían que los hombres se alejaran. Dicen que la abuela fue de incomparable belleza y no desperdiciaba la oportunidad de tener un hijo con el hombre que la seducía, “mujer bonita, culo abierto”, así que tuvo muchos, y Rosita sólo uno, como su madre.


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–¡Acompáñenme a Rosita!, quiero conocer a mí hijo –clamó Ayala, entre intermitentes sollozos–. Tú, Gonzáles, mi general, más que general, mi querido primo, tú eres la solución, llévame con Rosita y mi hijo.

Todos estaban muy borrachos, las opiniones e inquietudes se confundían. Raúl en lo suyo, enalteciendo la memoria de su padre y empecinado con la idea de ser Alcalde de nuevo, y que también estaba enamorado de Rosita, su prima, que tenía de más para mantenerla igual como mantenía a su madre y a sus seis hermanas solteronas. El mono Díaz, alardeando de la profesionalidad de sus hijos y haciendo planes para comprarse un camión y después llegar a Nadia. Ayala llorando por Rosita y su hijo y a la vez jactándose de haber abierto muchas sucursales de Los Santos la universidad de su compadre  que “pese a quién le pese será Presidente del Perú”. El policía irritado por los escasos muertos y heridos en el pueblo. De cuando en cuando interrumpían sus propios mundos para cantar, las canciones andinas retumbaban en la comisaría, canciones de dolor y de protesta de quien se siente marginado. En fin, cada loco con su tema, yo con el mío, fumando zozobrado uno tras otro un cigarrillo para disimular mi incomodidad y midiéndome en el trago. Me preguntaba, qué pasó en mí que todo mi rencor se había esfumado.

–Oye, Humberto, lo que dijo el Tombo es cierto, César, mi compadre, se lanza para Presidente.
–¡A la mierda!, compadres, tú serás su congresista y si no lo logras serás Ministro. ¿Qué César, ah, César Hermosa, el estúpido Presidente Regional?.
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–No seas picón, oye, César Pulgar, el Alcalde, mi compadre, carajo, empezó con una pequeña academia pre-universitaria cuando estudiaba ingeniería química, le fue bien y tiró la ingeniería química a la basura.
–Otro profesional fracasado, qué pequeño es el mundo.
–Es tú opinión, tú sí que eres fracasado.
–¡Ave César!, el pueblo inocente te saluda desde ahora.
–Hablas como si lo conocieras.
–Estudié con su novia, formábamos un grupo, de esos grupos de estudio que solían formarse en la Universidad, yo era jefe de grupo, Carmelita, su novia, llevaba los problemas de formación básica para que el novio los resolviera, y jamás logró resolver uno.
–Bueno, bien sabes que los líderes no están para eso.
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–Talvez los líderes están para vivir de los liderados, ¿no?.
...
–Y Rosita pasa por ahí, de la mano con su hijo gringo de casi cuarenta, dicen que es marica.
–¿Por dónde?. Son casi las cuatro de la tarde.
–Acércate a la ventana, por ahí por la calle, llevando flores, rumbo al cementerio, a menudo lo hacen. 
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–¡Caramba!. Qué bien, rubios. ¿Ayala, llegó a conocer a su hijo?.

–Se marchó, tan pronto le pasó la borrachera.


Pallasca, 27 de noviembre de 2006

jueves, 29 de septiembre de 2016

La frontera entre la vida y la muerte

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La fiebre me abrazaba, y el equipo de médicos bromeaba. Sobreponiéndome al dolor y aferrándome a la vida, recorrí todo mi pasado, las imágenes desfilaron linealmente nítidas, algo imposible de lograr en condiciones normales. Talvez me llevó un segundo, fracciones o múltiplos de él, no puedo precisar, pero al final puede distinguir ahí tras del grupo, en la ventana de un edificio muy alto, en otra dimensión, a la tía de José, la señora que allá en Trujillo pidió a su esposo que acompañara a José a la ceremonia de titulación profesional que fue objeto. Me alegré y empecé a llamarla agitando las manos para que me ayudara, yo era consciente que un año atrás había fallecido y no estuve en las exequias, alguna vez me había ayudado y no sería difícil que volviera a intentarlo. Pero ella estaba triste y miraba a uno y otro lado, parecía buscar a otros seres, sin alcanzar a distinguirme. 

Pronto apareció en otra dimensión, en una llanura de trigales, el padre de José, infinitamente nostálgico, con la mirada perdida, paseaba de un lado para otro, la figura de él y de la señora se cruzaban repetidamente como dos focos luminosos que en la oscuridad de la noche desesperadamente buscan un objetivo distinto, y en tal afán se traspasan mutuamente una y otra vez sin interrumpir ninguno el camino del otro.

Resultado de imagen para llanura de trigales imagenes gratis recursos HTTPSAmbos se conocieron aquí,  pero allá donde yo podía verlos jamás llegaron a saludarse. Ambos fallecieron repentinamente, ambos partieron dejando inconcluso lo que tenían que hacer. 
En mi delirio entendí que por eso estaban tristes, y también entendí que después de ésta cada quién se ubica en una determinada dimensión, y por consiguiente jamás podrán vernos, ni escucharnos, ni siquiera entre ellos pueden hacerlo, es todo lo contrario a lo que pensamos la mayoría.


Aquello que pude ver en la frontera, que separa la vida del más allá,  me advirtió respecto a lo que me esperaba, mejor dicho ¿cómo podía yo partir si mis frutos aún eran verdes y amargos?, lo mismo le dije al tío Reinerio, en el momento de su partida.
Resultado de imagen para donantes de sangre imagenes gratis recursos HTTPSSé que estuve en la frontera porque pude contemplar muy bien la cachina médica en la que me encontraba. Allá en la entrada merodeaban los que vendían sangre directamente de sus venas, ahí llegaban, y ahí estaban los jaladores, ajetreados por conseguir proveedores, y los conducían hasta los intermediarios ambulantes que jeringa en mano los esperaban, discutían el precio, el vendedor se acomodaba en una silleta habilitada para tal fin, extendía el brazo, sin pérdida de tiempo el comprador pinchaba, extraía el líquido e inmediatamente lo entregaba a otra persona que hacía de acopiador. El acopiador le daba en venta a un laboratorio que se ubicaba ahí nomás, junto a las carretillas que expendían comestibles, cigarrillos y golosinas, improvisado en la carrocería de un viejo bus. Del laboratorio salían clasificados para su venta los diferentes tipos de sangre, que ávidos intermediarios ambulantes compraban y luego ofertaban en las mismas puertas de los cuartos de operación y mejoramiento.


Resultado de imagen para donantes de organos riñones humanos imagenes gratis recursos HTTPSOtros vendedores ambulantes ingresaban con órganos humanos, acomodados en pequeños conservadores, y recorrían los pasillos en busca de clientes. Esparcidos en los ambientes, en camas improvisadas, los pacientes recibían atención de los especialistas, que ayudados por jovenzuelos reclutados en la calle devolvían la salud a muchos enfermos, mientras a los que sucumbían les arrancaban rápidamente los órganos y tejidos que consideraban buenos, los inventariaban en presencia de los deudos y valorizaban para deducirlo del costo de internamiento, e inmediatamente los vendían a colectores ambulantes especializados. El que parecía el dueño de la cachina recibía el dinero directamente de los pacientes o de sus acompañantes, pagaba a los vendedores ambulantes por los órganos adquiridos y cobraba a los acopiadores por los órganos y restos útiles arrancados de los muertos.

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Finalmente las osamentas y las carnes adheridas que quedaban, eran vendidas por lotes a ciertos acopiadores que llamaban chatarreros. El mismo dueño metía la mano en las diferentes actividades del proceso operatorio, tenía que ser de tal manera ya que los enfermos clientes compradores de salud esperaban amontonados en los pasillos, y como buen empresario no permitía que el proceso se detuviera. Los fines de semana el personal formaba cola para el cobro de sus salarios, en tal afán los enfermos se sacudían abandonados a su suerte. ¡Era pues, todo un laberinto comercial!.

No solamente se realizaban análisis de sangre, heces y tomas radiográficas previas al tratamiento del paciente, también practicaban análisis de los medicamentos que adquirían de la cachina correspondiente. Los jóvenes ayudantes de los especialistas pronto resultaban practicando operaciones, y luego se abrían paso con su propia cachina, mejor dicho con su propio negocio. Pude ver que las cachinas médicas se multiplicaban y el Estado dejaba de preocuparse por la salud. El Presidente de entonces se presentaba a menudo por la televisión para informar el crecimiento de la inversión privada, llamaba empresarios a los dueños de las cachinas, y los felicitaba por los puestos de trabajo que habían creado.
 
Por la inmensa masa de enfermos de bajos recursos económicos, las operaciones médicas se volvieron rutinarias y burdas, prácticas, decían los informales empresarios, que para el Estado eran formales  porque pagaban sus impuestos, y eso era lo que importaba.

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Pude ver que también habían crecido las cachinas educativas, centros educativos primarios, secundarios y superiores, de inversión privada, se ubicaban por doquier, en locales impropios, que tiempo atrás eran fábricas asesinadas por la libre importación, y en casas vivienda tan reducidas, que los alumnos habían aprendido a encogerse para no ocupar más espacio que el imprescindible. Era tanta la desocupación y tanta la necesidad de aprender algo para pasar la vida, que el Estado también dejaba de preocuparse por la educación.

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Asimismo pude ver almacenes abarrotados de chatarra importada, en los que profesionales especializados de Facultad se dedicaban a seleccionarla. Electrodomésticos, automóviles, ordenadores computarizados y repuestos, se clasificaban para ponerlos operativos y venderlos al alcance de los más pobres, con ello las encuestas ponían en evidencia un mejoramiento en la calidad de vida de la gente.

Pude ver que las cachinas universitarias habían creado, dentro la Facultad de Medicina Humana, la especialidad de Terapia Sexual. Los egresados, doctores y doctoras, ofrecían sexo relajante, ahí nomás, en consultorios ambulantes, instalados en las principales calles de la ciudad.


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lunes, 19 de septiembre de 2016

Cuidados intensivos


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Seis eran las camas en el cuarto, cuatro las ocupaban dos hombres y dos mujeres con pasaporte al cementerio, dos esperaban nuevos candidatos, una de ellas los paramédicos la acondicionaron para recostarme, la apoyaron contra la pared, a fin de que mantuviera mi cabeza levantada, ya que en posición horizontal me era imposible permanecer, me asfixiaría. Se trataba de una cama chatarra completamente deteriorada, parecida a aquellas que purgaban condena en los puestos policiales abandonados por el asecho de Sendero Luminoso, o a aquellas otras que pasaron al archivo en los campamentos de las empresas estatales que fueron privatizadas. 

Trajeron una botella de suero que fijaron a un oxidado soporte, y le enchufaron un sistema de manguerillas con un terminal punzante que introdujeron en el dorso de mi mano izquierda, y luego escarbaron a uno y otro lado buscando una vena donde conectarlo. El dolor que sentí superó en aquel momento al que me producía la mandíbula infectada, a tal punto que me resultó beneficioso por cuanto me olvidé de la causa por la que me encontraba en aquella cachina. Del incidente pude inferir que un dolor determinado puede ser curado por otro de mayor intensidad,  así el dolor de no tener empleo digno puede ser curado por el dolor de no tener que vestir, entonces hay que trabajar en lo que se encuentre a la mano para poder vestir, y el dolor de no tener que vestir puede ser curado por el dolor de no tener que comer, entonces aparte de trabajar en lo que sea hasta mataríamos para poder comer, y el dolor de no tener que comer puede ser curado por el dolor de la muerte.

Y pude concluir una vez más, que la muerte no es espantosa como parece, porque resulta ser el remedio de todos los males. Aunque muchos piensen que llegué a tal conclusión porque llevaba la mente perturbada por la infección, aunque digan que andaba buscando una justificación para morir, porque así lo creí por un momento, no podrán contradecir la conclusión a la que arribé. 

Seguí sumergido en mis juicios,   pero interrumpió un cuarentón que llegó caminando y ocupó la otra cama desocupada que me flanqueaba por el lado izquierdo, mientras estuvo ahí me fue muy útil, pues suplía con tremenda ventaja a los aburridos paramédicos, talvez pasó una hora y el hombre fue llamado para ser reubicado, su estado no era de gravedad.
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A mi derecha y casi pegado a mí, yacía un hombre joven cuyo estado de locura era evidente, hablaba de todo menos de su enfermedad, el pobre creía que estaba encerrado en un centro penitenciario, y como no tenía dinero para pagar su libertad, estaba obligado a permanecer en el lugar. Comentaba que sus hermanos preparaban polladas y otras comidas para venderlas y reunir fondos, con el fin de pagar la fianza y pudiera salir libre, hasta me ofreció una de esas polladas imaginarias, y cuando moviendo la cabeza prometí comprarla  me pidió que compara otra para mi esposa, y cuando asentí con el mismo gesto me pidió que comprara para mis hijos, recordé que lo mismo hacen los policías y los servidores públicos cuando recurrimos a ellos para realizar alguna gestión.
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A mis pies, en cama trasversal a la mía, se quejaba una sexagenaria mujer; los quejidos parecían salir de un profundo y oscuro pozo en una noche tenebrosa de invierno de un lugar solitario, cuando todo es silencio, oscuridad y superstición. El dolor que ella padecía se sumaba al miedo, al indescriptible miedo que infunde la muerte, aquella muerte que sentimos cerca estando lejos de nuestros seres queridos.
A mi izquierda y después de la cama desocupada, acostado lloraba un anciano, de los orificios de su cuerpo salían sendas manguerillas, por una de ellas un paramédico le suministraba alimentos líquidos, mientras el anciano llorando protestaba. Enérgicamente el paramédico lo regañaba, ya porque se resistía a que le introdujeran alimentos ya porque pedía le retiraran la incómoda bacinilla o chata, llena de orina y más. 
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El longevo estaba siendo torturado antes de morir, yo que creía que los enfermos se merecían las mejores atenciones, ya para convalecer ya para morir en paz, ahí me encontraba para ser testigo de que los hechos no suceden como se creen. Consideré que en aquel lugar no debería yo morir, pero hasta entonces no encontraba la manera de zafarme de esa muerte. Rosalía al encargarse de internarme lo hizo pensando que aquél era el lugar indicado para conseguir mi mejoría, pobrecilla, confiaba en aquella cachina, ¿en quién más en aquella parte del camino?, pero era imposible para mí aceptar que en ese lugar encontraría  mejoría, sin embargo mi afán por no defraudarla pudo más, y preferí seguir hasta que algo se me ocurriera. 
Al pie del anciano, en cama transversal, una longeva mujer se quejaba, también llevaba el atuendo que llevan encima todos aquellos que se hospedan en cuidados intensivos, sus quejidos eran profundos y largos, como si previamente hubieran sido depositados en un largo tubo de metal para salir por el otro extremo a nuestros oídos. Los quejidos dejaban percibir una onda pena, que aventajaba en kilómetros al dolor somático que la enferma padecía, me recordaban con nitidez aquellos profundos suspiros que daba mi madre después que lloraba por alguno de esos pesares que la vida nos entrega.  De pronto entró alguien vestido de blanco, seguido de otro al que llamaban doctor, se ubicaron junto a la cama de la anciana y murmuraron.
–¿Cómo la ve doctor?.
–De una sola vez, y ya.
–No hay otra.
–Ya ni su familia viene.
–¿Y las medicinas?.
–Por eso, procede nomás.
–Sí doctor.

El ordenado ya llevaba en la mano una jeringa, buscó la manguera que conducía a la vena, la pinchó y descargó todo el contenido de la ampolla. La anciana abrió los ojos para ver a su ocasional verdugo, lo miraba con desprecio y agradecimiento a la vez, y en tal convivencia antagónica de expresiones o manifestaciones emotivas, la pobre emprendió la huída, huía del dolor, de la miseria, pero más que todo, huía de la soledad. Probablemente sus familiares se habían cansando de ella, especialmente sus hijos; hay por ahí quien diría ¡qué horror!, yo sí que soy un buen hijo, mis padres viven conmigo, en tal caso qué les queda a los padres, sólo resignarse a morir en la cárcel que han preparado sus hijos.
Repentinamente una voz interrumpió mis deducciones.
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–¡Ya fue, ya! –dijo el hombre mientras jalaba la jeringa.
–Después te la llevas, necesitamos la cama –ordenó el doctor.

Apenas suspiraba aliviado el victimario, la anciana empezó a estirarse con tal insistencia y fuerza, que parecía iba a levantarse. Finalmente quedó el cuerpo inerte, y el paramédico quitó las mangueras que lo habían mantenido con vida, en seguida empujó la cama chatarra rodante con la difunta encima, y desapareció por la puerta silbando una alegre melodía. Ahí recordé que muchos dicen que del trabajo se vive, por lo tanto hay que trabajar alegre, y esto era precisamente lo que hacía el paramédico de la cachina.


viernes, 16 de septiembre de 2016

Monólogo interior


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Pobre José, hubiera sido feliz conmigo. Sólo me queda la esperanza de que mi hija se case bien, ¡porque tengo que hacerla casar!, que se case y tenga su hogar como debe ser, yo encantada, es mi sueño, no me gustaría que se quede como yo, mi mamá por fin consiguió un hombre para su vejez, ja ja. Yo también puedo, pero no quiero, tantos hay que me buscan. Dicen que la camioneta no es de él, nada es de él, la Dona piensa que todo su dinero está en el Banco, pero en cuál, renunció para no pagar pensión de alimentos, ¡la Sonia se hubiera llevao la mayor parte!, con la caritita de mosca muerta que tiene. ¡Mejor!. Le dieron buena plata, y luego se hizo el pobre. Él nunca me ha querido, siempre me lo dijo por eso quería verlo arrastrao. Diosito, perdóname. Creo que yo tampoco lo he querido porque no le fui fiel, lo mío ha sido un capricho, deseo, creo, quería que todos sepan que estoy con él para taparles la boca. Sonso, ¿no?, no me supo aprovechar, pa los gusanos, ja ja, cómo habrá podido vivir sin mujer, ¿marica, como sus primos?.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Qué piña


Qué tontería, ¡mejor me voy!, debo alejarme de este bullicio electorero, de esta contaminación audiovisual. Propagandas electorales por todos lados. La tele te dispara a cada instante rostros que no quieres ver, y por las calles los volantes y las pancartas de toda laya, y si prendes la radio la contaminación auditiva es insoportable. Me aturden sobremanera. En los primeros años de mi vida me parecía emocionante, placentero, hasta yo entraba al juego, pero ahora, ahora no. ¡Me marcho!. Es más, ha dejado de gustarme mi negocio, mi chichería, debo cambiar a otro, quizá una chochería, veré qué puedo hacer, pero después. Ahora sólo me interesa marcharme por un tiempo hasta que esta fiebre electoral pase. Hasta las programaciones por cable me han decepcionado, “Biografías”, de quién, parásitos sociales como patrones de conducta.


Ya está, la camioneta responderá muy bien, algo sé de su funcionamiento, felizmente, eso sí, algo aprendí. Si se malogra no me será difícil salir del paso.

A la mierda, un patrullero y un policía haciéndome señales, tengo que parar. Mierda, me llama con el pito. ¡Qué venga!, es él quien me ha requerido. Se acerca, tengo que sonreír, no puedo, tranquilo nomás, y a ver que pasa.
–¿Usted no escucha señor?.
–Le escucho, dígame.
–A dónde va.
–A Huacho.
–Sus documentos.
–Aquí los tiene –los alcanzo en ademán difícilmente amable, no me ha complacido su comportamiento. Los examina, y luego los coge muy fuerte.
– ¿Su triángulo de segurida? –me requiere, salgo del vehículo y voy a la puerta trasera, la abro, acciono la cadena de desbloqueo del asiento, saco el triángulo y lo muestro. Lo examina, y me lo entrega.
–Perdón, mis documentos –le pido, me mira como si bruscamente hubiese frenado su cuerpo y me los entrega con gesto de insatisfacción.


La variante de Pasamayo generalmente se cubre de neblina, tengo que ser cauteloso. ¡Peaje!, a pagar se ha dicho. Y ahora sí, nos vamos. A la mierda, otro patrullero de carreteras y otro policía haciéndome señales, ¡a parar de nuevo!.
–Señor, se ha excedido en velocidad, le tenemos registrado por radar.
–Apenas he tocado los setenta.
–El radar no se equivoca, señor. Sus documentos, le voy aplicar una papeleta, suavecita nomás.
–El auto negro que acaba de pasar me ha adelantado.
–No ha pasado ningún auto, señor.
–Es un mercedes nuevo, de placa...
–Mire, no haga problemas y déjenos para la gasolina.
El tombo me ha pedido veinte soles, pero de aquí en adelante no doy ni mierda y protesto las papeletas.


¡Chancay a la vista!, cuidado con los patrulleros. Aquí hay un castillo colonial, se llena de turistas cholos, apenas entran y ya están saliendo a tomar las ricas chelas. Nos vamos, al fin ni un patrullero, ¡libres ahora!.

Por esta quebrada se va a Churín, los baños termales de Churín, ¡qué recuerdos! de antaño, cuando llegué atraído por lo que la gente comentaba:


Baños para los dolores de cabeza, de barriga, de cerebro, por último hasta para los que no pueden tener hijos. Después de recorrerlos, todos, quedé con tremendo escozor en los pies que lo que podía ser placentero se trasformó en un infierno. Al abandonar el pueblo le pedí al hotelero que inventaran unos baños para los hongos, jaja. 

¡Chucha!, un tombo que sale detrás del muro ese, tengo que frenar bruscamente y no me gusta hacerlo. ¡Lo logré!.
–Exceso de velocidad señor.
–Sesenta nomás.
–Registrado por el radar señor.
–Debe estar mal su radar.
–La ciencia no sé equivoca.
–Quién invento el radar.
–¿?.
–El hombre.
–Cuál hombre.
–El hombre del uniforme policial.
– ¡No ve!, sus documentos por favor.
– ¿Puedo colaborar de otra forma?, o protestar la papeleta.
–Nos hemos quedado sin gasolina, necesitamos mandar por cinco galones.
–Le dejo para uno, los demás sáquelos a otros.
–Que sean dos.
–¿Treinta soles más?.
–Maneje despacio y cuide su vida.
–Gracias por su preocupación.
Estos pendejos son asaltantes de carreteras. Sigo en problemas, pero cuando llegue allá será distinto, todo tranquilidad, me quedaré tres meses, qué más.


¡Huacho! por fin, aquí trabajaba un tío mío que se hizo médico, los paisanos venían desde allá a curarse. Dejó buen precedente, su mamá era la que sufría, se retorcía de rabia cuando se enteraba de que alguien venía a curarse, peor si se trataba de la familia, quizá porque no cobraba a la paisanada. El tío pasó a la historia, pero por poco tiempo fue recordado.


Y luego, Huaura, pasaré por la Plaza de la Historia, vamos. Ahí está el balcón desde el cual San Martín dijo somos libres, ¡y tanto tombo en la carretera! que me siento más esclavo que los incas esclavos. Cualquier cosa se puede decir, Cristo también lo dijo, y yo también puedo decir, pero no pasa nada. El sacrificio de las mayorías para el bienestar de unos cuantos es eterno. A una cuadra de aquí hay una panadería, siempre he comprado ahí, a la pasada, y ahora también.
Provocativos están los pasteles, a la vista, pero no tengo apetito, me lo han quitado los policías. ¡Vamos!.


Qué bien, camionetita, cómo te sientes, ojalá no recalientes más allá, estás viejita, pero me he encariñado contigo. ¡Allá vamos!. Y Supe está ahí huele a pescado quemado. ¡Al diablo!, otro patrullero. La mierda se me sube a la cabeza, pero tengo que calmarme.
–¡Sus documentos!.
–Aquí.
–El botiquín, dónde está el botiquín.
–Este es un vehículo particular, señor.
–Así sea.
–Bueno, cómo es, pero no tengo dinero, sólo mi tarjeta de crédito.
–¿Visa?.
–Visa, plateada, dorada, cromada.
–En el grifo pueden darnos gasolina.
–Sólo un galón, jefe.
–Cinco.
– ¡Uno!, pero déjame hacer una llamada al coronel Bejarano.
–Mire señor, nosotros estamos para servirle, así es que, mejor vaya a la botica más próxima y compre medicinas para primeros auxilios.
–Así lo haré, señor.
–Y otra cosa, cómprese una nueva camioneta, ésta está muy maltratada.


Quién demonios será el Coronel Bejarano, pero me salió, ¿y si se trataba de que llamara, a quién se me hubiese ocurrido llamar?, mejor ni pensar. Para adelante.

¡Y ahora!, a Pativilca y Paramonga.
Dicen que Pativilca y Paramonga eran dos suculentas hijas del cacique de por aquí, uno que por su heredada amabilidad se ganó el cariño de los conquistadores españoles. Un día enfermó de muerte y llamó a su hija mayor, Vilca, le habló de su territorio y le adelantó la herencia, “Desde aquí hasta donde están los pallares, ¡pa ti!, Vilca, de los pallares hasta el agua sin fin, ¡para Monga!”, y desde entonces los nombres de estos lugares. Ahí está la fortaleza de barro, bien custodiada, seguro que la cuida un Peter Huamán.


¡Ya me  cansé!, este viaje me está resultando más aburrido que las propagandas electorales, ¡qué diablo soñé anoche!, ah, ¡soñé mierda!, unos feligreses la hacían sobre mi comida, y yo no podía defenderme. Estaba tan pobre dedicado a la agricultura, pero no podía vender los productos para defenderme porque los mismos feligreses se habían cagado sobre mi cosecha. Estuve tan pobre que todos se alejaron de mí y el último que llegó a verme me robó lo poco que tenía. Sentí mucha indignación y tuve que abrazarme, como todo pobre, a la esperanza de “¡Dios sabe por qué!”.


Mejor descanso un rato, de paso chequeo el agua del radiador. Me ha llegado una sumisión que me gustaría que pudieras hablar para conversar.  Qué piña soy. 


Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra

-Fotos de Internet-