La literatura se aparta de los lugares comunes

lunes, 5 de septiembre de 2016

Qué piña


Qué tontería, ¡mejor me voy!, debo alejarme de este bullicio electorero, de esta contaminación audiovisual. Propagandas electorales por todos lados. La tele te dispara a cada instante rostros que no quieres ver, y por las calles los volantes y las pancartas de toda laya, y si prendes la radio la contaminación auditiva es insoportable. Me aturden sobremanera. En los primeros años de mi vida me parecía emocionante, placentero, hasta yo entraba al juego, pero ahora, ahora no. ¡Me marcho!. Es más, ha dejado de gustarme mi negocio, mi chichería, debo cambiar a otro, quizá una chochería, veré qué puedo hacer, pero después. Ahora sólo me interesa marcharme por un tiempo hasta que esta fiebre electoral pase. Hasta las programaciones por cable me han decepcionado, “Biografías”, de quién, parásitos sociales como patrones de conducta.


Ya está, la camioneta responderá muy bien, algo sé de su funcionamiento, felizmente, eso sí, algo aprendí. Si se malogra no me será difícil salir del paso.

A la mierda, un patrullero y un policía haciéndome señales, tengo que parar. Mierda, me llama con el pito. ¡Qué venga!, es él quien me ha requerido. Se acerca, tengo que sonreír, no puedo, tranquilo nomás, y a ver que pasa.
–¿Usted no escucha señor?.
–Le escucho, dígame.
–A dónde va.
–A Huacho.
–Sus documentos.
–Aquí los tiene –los alcanzo en ademán difícilmente amable, no me ha complacido su comportamiento. Los examina, y luego los coge muy fuerte.
– ¿Su triángulo de segurida? –me requiere, salgo del vehículo y voy a la puerta trasera, la abro, acciono la cadena de desbloqueo del asiento, saco el triángulo y lo muestro. Lo examina, y me lo entrega.
–Perdón, mis documentos –le pido, me mira como si bruscamente hubiese frenado su cuerpo y me los entrega con gesto de insatisfacción.


La variante de Pasamayo generalmente se cubre de neblina, tengo que ser cauteloso. ¡Peaje!, a pagar se ha dicho. Y ahora sí, nos vamos. A la mierda, otro patrullero de carreteras y otro policía haciéndome señales, ¡a parar de nuevo!.
–Señor, se ha excedido en velocidad, le tenemos registrado por radar.
–Apenas he tocado los setenta.
–El radar no se equivoca, señor. Sus documentos, le voy aplicar una papeleta, suavecita nomás.
–El auto negro que acaba de pasar me ha adelantado.
–No ha pasado ningún auto, señor.
–Es un mercedes nuevo, de placa...
–Mire, no haga problemas y déjenos para la gasolina.
El tombo me ha pedido veinte soles, pero de aquí en adelante no doy ni mierda y protesto las papeletas.


¡Chancay a la vista!, cuidado con los patrulleros. Aquí hay un castillo colonial, se llena de turistas cholos, apenas entran y ya están saliendo a tomar las ricas chelas. Nos vamos, al fin ni un patrullero, ¡libres ahora!.

Por esta quebrada se va a Churín, los baños termales de Churín, ¡qué recuerdos! de antaño, cuando llegué atraído por lo que la gente comentaba:


Baños para los dolores de cabeza, de barriga, de cerebro, por último hasta para los que no pueden tener hijos. Después de recorrerlos, todos, quedé con tremendo escozor en los pies que lo que podía ser placentero se trasformó en un infierno. Al abandonar el pueblo le pedí al hotelero que inventaran unos baños para los hongos, jaja. 

¡Chucha!, un tombo que sale detrás del muro ese, tengo que frenar bruscamente y no me gusta hacerlo. ¡Lo logré!.
–Exceso de velocidad señor.
–Sesenta nomás.
–Registrado por el radar señor.
–Debe estar mal su radar.
–La ciencia no sé equivoca.
–Quién invento el radar.
–¿?.
–El hombre.
–Cuál hombre.
–El hombre del uniforme policial.
– ¡No ve!, sus documentos por favor.
– ¿Puedo colaborar de otra forma?, o protestar la papeleta.
–Nos hemos quedado sin gasolina, necesitamos mandar por cinco galones.
–Le dejo para uno, los demás sáquelos a otros.
–Que sean dos.
–¿Treinta soles más?.
–Maneje despacio y cuide su vida.
–Gracias por su preocupación.
Estos pendejos son asaltantes de carreteras. Sigo en problemas, pero cuando llegue allá será distinto, todo tranquilidad, me quedaré tres meses, qué más.


¡Huacho! por fin, aquí trabajaba un tío mío que se hizo médico, los paisanos venían desde allá a curarse. Dejó buen precedente, su mamá era la que sufría, se retorcía de rabia cuando se enteraba de que alguien venía a curarse, peor si se trataba de la familia, quizá porque no cobraba a la paisanada. El tío pasó a la historia, pero por poco tiempo fue recordado.


Y luego, Huaura, pasaré por la Plaza de la Historia, vamos. Ahí está el balcón desde el cual San Martín dijo somos libres, ¡y tanto tombo en la carretera! que me siento más esclavo que los incas esclavos. Cualquier cosa se puede decir, Cristo también lo dijo, y yo también puedo decir, pero no pasa nada. El sacrificio de las mayorías para el bienestar de unos cuantos es eterno. A una cuadra de aquí hay una panadería, siempre he comprado ahí, a la pasada, y ahora también.
Provocativos están los pasteles, a la vista, pero no tengo apetito, me lo han quitado los policías. ¡Vamos!.


Qué bien, camionetita, cómo te sientes, ojalá no recalientes más allá, estás viejita, pero me he encariñado contigo. ¡Allá vamos!. Y Supe está ahí huele a pescado quemado. ¡Al diablo!, otro patrullero. La mierda se me sube a la cabeza, pero tengo que calmarme.
–¡Sus documentos!.
–Aquí.
–El botiquín, dónde está el botiquín.
–Este es un vehículo particular, señor.
–Así sea.
–Bueno, cómo es, pero no tengo dinero, sólo mi tarjeta de crédito.
–¿Visa?.
–Visa, plateada, dorada, cromada.
–En el grifo pueden darnos gasolina.
–Sólo un galón, jefe.
–Cinco.
– ¡Uno!, pero déjame hacer una llamada al coronel Bejarano.
–Mire señor, nosotros estamos para servirle, así es que, mejor vaya a la botica más próxima y compre medicinas para primeros auxilios.
–Así lo haré, señor.
–Y otra cosa, cómprese una nueva camioneta, ésta está muy maltratada.


Quién demonios será el Coronel Bejarano, pero me salió, ¿y si se trataba de que llamara, a quién se me hubiese ocurrido llamar?, mejor ni pensar. Para adelante.

¡Y ahora!, a Pativilca y Paramonga.
Dicen que Pativilca y Paramonga eran dos suculentas hijas del cacique de por aquí, uno que por su heredada amabilidad se ganó el cariño de los conquistadores españoles. Un día enfermó de muerte y llamó a su hija mayor, Vilca, le habló de su territorio y le adelantó la herencia, “Desde aquí hasta donde están los pallares, ¡pa ti!, Vilca, de los pallares hasta el agua sin fin, ¡para Monga!”, y desde entonces los nombres de estos lugares. Ahí está la fortaleza de barro, bien custodiada, seguro que la cuida un Peter Huamán.


¡Ya me  cansé!, este viaje me está resultando más aburrido que las propagandas electorales, ¡qué diablo soñé anoche!, ah, ¡soñé mierda!, unos feligreses la hacían sobre mi comida, y yo no podía defenderme. Estaba tan pobre dedicado a la agricultura, pero no podía vender los productos para defenderme porque los mismos feligreses se habían cagado sobre mi cosecha. Estuve tan pobre que todos se alejaron de mí y el último que llegó a verme me robó lo poco que tenía. Sentí mucha indignación y tuve que abrazarme, como todo pobre, a la esperanza de “¡Dios sabe por qué!”.


Mejor descanso un rato, de paso chequeo el agua del radiador. Me ha llegado una sumisión que me gustaría que pudieras hablar para conversar.  Qué piña soy. 


Por: Walter Elías Álvarez Bocanegra

-Fotos de Internet-    

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