Dos semanas, nada más, había invertido el
funcionario en el Informe de Impacto Ambiental, una en trabajo de campo y otra
en oficina. Y ahí estaba, otra vez, ahí tras del escritorio, en lo que él
llamaba su oficina, en un edificio de siete pisos de La Minera, en Surquillo,
sentado en el sillón que se balanceaba con el bambolear del funcionario minero de
confianza de La Minera, ahí ojeando algunos papeles y contestando el celular
con la portátil computadora abierta alertando me gustas y comentarios por el
nuevo estado del funcionario “Los pobres del país por fin serán ricos gracias a
la explotación del oro”, mientras sonaba persistentemente el teléfono fijo...
Sabía que la explotación minera llevaba
implícita la idea de explotación del hombre en pro de una plusvalía del mineral
para el crecimiento de La Minera, lo sabía muy bien pero no quería admitirlo, porque
eso significaba contradecirse a sí mismo
como profesional, y lo peor, dejar de ser personal de confianza de una
de las empresas de clase A del país y que le había dado el estatus que se
merecía permitiéndole vivir en uno de los barrios exclusivos de Lima.
Justamente allá en La Molina, donde se mimetizaba el alto costo de su vivienda
con el perfume andino del nombre de su calle, él vivía en Los Eucaliptos, una
casa con garaje y piscina, además de parrilla en una esquina del amplio patio
cubierto con césped artificial. Para qué entonces pensar en la explotación del
hombre por el hombre, si él estaba bien y muy bien, eso sí, a mucho orgullo
porque era hijo de un obrero minero, un obrero que miraba a sus superiores como
algo inalcanzable.
Pero lo malo de todo era, que Pedro Bermúdez
Lavado, el ingeniero y personal de confianza de La Minera, se sentía atosigado
tras del escritorio haciendo todo lo que ahora estaba haciendo, por todo eso
que le estaba sucediendo, y más que atosigado invadido por el encuentro que
tuvo, durante la semana de trabajo de campo, con el doctor Dieter.
Fue la semana anterior a la semana de
trabajo de campo que el Directorio de la Empresa le había encomendado la
ingrata tarea de buscarle justificación a la explotación minera en el paraje de
Magistral, en la puna, al noreste del departamento de Ancash, de tal manera que
el impacto ambiental de la explotación no tuviera efectos negativos que
lamentar en la población. Él sabía que la contaminación era inevitable y a la
larga arrasaría con la vida de todas las especies vivientes, especialmente de
las truchas que tanto le gustaban, pero ni hablar, él tendría que convencer con
su informe previo, convencer de que la contaminación unida a la gran tecnología
no es contaminación, que el cianuro y el arsénico no son extremadamente
venenosos, y que es más, las fuentes de trabajo y las ganancias obtenidas de la
minería superarían con creces cualquier riesgo alertado por los quedados opositores de la minería.
Pero había regresado del trabajo de campo y
de su excepcional encuentro con el doctor Dieter, regresó en tiempo record,
cinco días incluido el largo viaje en camioneta, para que más. Había regresado,
había elaborado y entregado el Informe, pero, estaba super perturbado, tan
perturbado que ni la suculenta gratificación por fiestas patrias pudo
equilibrarlo. Así que, entre lo que
tenía que hacer dentro lo que le estaba sucediendo, es decir, entre la aburrida
rutina diaria de oficina, ahora angustiosa por la llamada del teléfono fijo, y
los recuerdos de Dieter, se armó una
turbadora en su cerebro, una confusión de los mil diablos que, más turbado ya,
no atinaba a qué hacer. Pero tuvo un mísero momento de lucidez y se paró para
internarse en el servicio higiénico de su oficina, y ya dentro, luego de
mirarse en el espejo, no encontró otra forma de entrar en lo maravilloso de
aquel viaje que sentándose en el sanitario.
Antes de que le encomendaran aquella molesta
tarea, se encontraba aturdido sentado en el mismo sillón del mismo escritorio
con el mismo ajetreo de siempre y, además, una llamada de su esposa que le
incitaba a comprar un nuevo televisor porque el que estaba en uso ya se
encontraba fuera de moda, eso, ¡oye!, y también una portátil para mí ¡oye!, la
computadora que tenemos es muy lenta y ocupa mucho espacio, ¡caramba!, pero no
importa, esa la usan los chicos para sus tareas del colegio. Sí pues, los hijos
aún estudiaban la secundaria porque se casó algo viejón, muy cuarentón, con una
joven limeña del cerro El Agustino mucho
menor que él, pero que tuvo la suerte re removerlo todas las hormonas
masculinas. Y ahora qué, agradeciera que la saqué a vivir en un buen lugar, que
se cree la cojuda de mi mujer, ¡carajo! si supiera el estado de cuenta de mi tarjeta VISA, ¡ni
hablar!, tendré que inventar un viajecito a la sierra. Qué inventar ni qué
nada, la propuesta le llegó a pedir de pensamiento porque ése, era su trabajo.
Ingeniero Bermúdez, le habló por el teléfono
fijo una voz entre inglesa y española, le estamos adjuntando por correo
electrónico un Acuerdo de Directorio para que se encargue de dar inicio al
Estudio de Impacto Ambiental, usted mismo es, ingeniero.
Entonces armó el viaje en una toyota 4X4
alquilada. Y bien que le gustaban los viajes de comisión en toyotas, no sólo
porque él tenía una, ni por lo relajantes que le resultaban los viajes a la
sierra a pesar de todo, sino porque, además, esos viajes significaban
suculentos viáticos y reembolso de otros gastos de representación. Dinero
adicional que le serviría para ponerse en onda con los requerimientos de su
esposa, y lo mejor, esa noche tendría una esposa alegre y cariñosa por la
noticia.
Y partió después del medio día, a toda
máquina, que los neumáticos salpicaban el lodo del pavimento, era lunes de la
segunda semana de julio, y lloviznaba en Lima. La panamericana en la variante
de Pasamayo sería de tupida neblina, pero a él nada le inmutaba, estaba
preparado, era proactivo por eso lo contrataron, no existía para él malos
tiempos ni nada por el estilo, el generaba su propio tiempo, si llovía sólo
tenía que pensar en que no llovía, así lo había aprendido en seminarios y
cursos de capacitación pagados por La Minera.
Pasó por la variante de Pasamayo y ni
siquiera se percató de la tupida neblina. Después de cinco horas llegaba a
Chimbote, y luego de aprovisionarse de gasolina, cigarrillos y comestibles
rápidos, penetraba en la sierra. Conocía la ruta, aunque hacía tiempo que no
iba por ahí, por esa carretera de penetración ahora asfaltada, la noche entraba
conforme el penetraba aferrado al volante con la mente recorriendo su infancia
en la mina de Pasto Bueno, justamente por ahí pasaría ahora, pero antes se
quedaría en algún hotelillo del pueblo de Pampas, en la casa de algún amigo de
su padre, o por último unas horas de sueño en la misma camioneta, nada era
imposible para él. ¡Ah!, y al siguiente día luego de un caldo de carnero en
doña Ursula, compraría una caja de cervezas para tomarla con los lugareños que
hubieran mientras el radiante sol en cielo azul, pero, mejor, no, será cuando
regrese, primero está el trabajo, cuando regrese sí, pediré una caja, y no sólo
una, quizá otra, para dejarla con los amigos. Les hablaré de mi buen empleo en
La Minera, ellos se encargarán de hacer saber a los demás, ¡carajo!, dejaré en
alto el apellido de mi padre. Y seguía compenetrado en sus ayeres lastimeros y
en sus mañanas comentados por gente del lugar, que vean, pues, quienes somos
los Bermúdez. Diría que sus hermanos tienen un estudio de asesoramiento minero,
en fin, ya lo pensaría en el momento adecuado.
La camioneta comenzó el ascenso en zigzag y
un aire frío penetró por la ventanilla a medio cerrar, Bermúdez lo sintió en la
nariz con una alegría infantil y murmuró, ¡airecito de puna!, y apuntaló
tarareando un huaynito. No era la puna, él lo sabía, recién empezaba el ascenso
por las estribaciones de la sierra, pronto divisó unas luces de alumbrado
público, ¡Llaymucha!, exclamó, y aceleró para hacer su entrada triunfal y se
detuvo en la primera chingana abierta
que encontró.
–Cigarrillos –gritó desde su asiento,
dirigiéndose a los que estaban dentro.
Pero, para qué se paró con el pretexto de
cigarrillos, si ya se había aprovisionado de ellos, ¿para qué, pues, sino para
hacer notar que el ingeniero estaba pasando por ahí?. Los parroquianos se
miraron mutuamente como preguntándose ¿qué dice el tipo ese?, Bermúdez no se
inmutó y aceleró en neutro mientras pisaba el freno. Apagó el motor y se bajó
del vehículo cerrando la portezuela de golpe para dirigirse al que parecía el
tendero, plantado tras de la mesa que hacía de mostrador. Entonces,
disimuladamente accionó el control remoto de la alarma del vehículo y mientras
sonaba pidió cigarrillos, naturalmente el interpelado no escuchó bien el pedido
y con movimiento de cabeza se dirigió a los demás de ese ambiente, y todos
rieron con grandes risotadas. Entonces Bermúdez cambió de táctica.
–Buenas noches señor –Le dijo al
dependiente–, soy el Ingeniero Bermúdez, me podría vender cigarrillos con
filtro.
–Nacional, con filtro –respondió el tendero.
–No, no no no, eso no.
–Pal mal aire, ingeniero, pal aire de los
pishtacos –corearon los parroquianos, burlonamente.
–Cuánto ha cambiado Llaymucha, antes vendían
buenos cigarrillos aquí.
–¿Llaymucha?, esto es Ancos.
Efectivamente era eso, Ancos, un pueblecito
fundado por los sobrevivientes de lo que fuera la mina Carbonera Ancos,
Bermúdez se había desviado de camino siguiendo la carretera asfaltada, pero no
quiso reconocerlo, y muy él se subió a la camioneta y siguió el ascenso, por
ahí llegaría al mismo lugar sólo que, con mayor kilometraje, pero llegaría.
Aunque ya no se quedaría en Pampas, la tierra de su padre, se quedaría en
Cabana la tierra de Toledo, del presidente Toledo, ¡qué carajo!, el que mandó
asfaltar esta carretera. Bermúdez, ahora pensaba en Toledo siendo de García.
Iré por Cabana, algún día estaré con Toledo y le hablaré de su tierra, esto
está mejor que quedarse en Pampas, compraré unas cervezas que tomen los
lugareños, ¡ay chucha!, el alcalde es choledista, qué bien, me quedaré en el
Hotel del Municipio.
Y enrumbó cuesta arriba, cigarrillo tras cigarrillo, pensando en el mal aire y en los pishtacos, y salpicadamente en el impacto ambiental de la explotación minera, qué mal aire ni que nada, invenciones de serranos, igual que esa de los pishtacos. Y qué si convencemos a los ignorantes comuneros con una fiesta con mucha cerveza y whisky, nos dejarían trabajar tranquilamente, se mueren por tomar con nosotros, y claro que se morían como se moría él por entrar al circulo de ingenieros de la mina esa en la que trabajaba su padre, y en eso tenía acierto, sin esforzarse por pensarlo. Pero ahora eso del mal aire por la falta de cigarrillos, el mal aire de los pishtacos, ¡claro!, ¡los pishtacos!, él conocía que en Llaymucha existió uno de gran fama, pero ahora no iba por ahí para suerte propia, más le temía al rebrote de los de Sendero Luminoso, esos sí que son pishtacos, se dijo para sí, lleno de miedo, y entonces, mientras soplaba la brisa por la oscura pradera de Cabraespina, se olvidó de su proactividad y quiso retroceder. Pero qué, le daba igual, ya había avanzado lo suficiente, estaba cerca de la colina, de la que se mira Cabana la tierra de Toledo, el presidente cholo, cholo como él también pue, y a mucho orgullo, pero Toledo no había nacido ahí, nació más arribita, en Ferrer, los cabanistas lo adoptaron como suyo porque necesitaban subirse al carro del cholo, y a quién más, si no había otro. Aunque al final, ¡la cagaron!, pero yo no la cagué, porque si supiera el cargo que ahora tengo hasta me felicitaría. Él no, pues, porque tenía otro patrón, pero sus dos hermanos, uno en el Ministerio de Producción y otro en esa inconclusa carretera asfaltada, sí, y qué bien.
Y pensando en el alto cargo que tenía el miedo se le fue por un segundo, luego sintió que ensordecía, se le había subido todo el torrente sanguíneo a la cabeza y pensó en el mal aire, no le quedaba otra que empezar a rezar después de persignarse, encomendándose a todos los santos desde San Valentín hasta sanseacabó, porque se le acabó el miedo al entrar en la montura de la colina desde la que se divisaba Cabana. Y aceleró su poderosa camioneta hasta entrar al pueblo de Tauca, alma madre de los mejores cocineros y bármanes, antes que Gastón Acurio, cuando el oficio era tal que al nombrarlo sonaba a desperdicio, que los enternados tauquinos de tal oficio con mucho dinero en las fiestas patronales, eso sí, se veían obligados a decir que eran administradores en esos tres y cinco estrellas en que trabajaban. Ahí, a la entrada del pueblo se detuvo un momento para llamar a su amada esposa e informarle dónde y qué bien se encontraba, el celular marcaba las diez de la noche. Bermúdez se engoriló, luego de la llamada, y se subió a la 4X4 dispuesto a llegar a Cabana a las once de la noche cuando más, pero apenas abandonó Tauca entró en polvorienta e irregular carretera y entraba al pueblo quince minutos después, sin ánimos de nada, y tuvo que hospedarse en el primer hotel que encontró a la entrada. Ahí recibió la noticia, de parte del dueño del hotel, que Cabana era más que Toledo, era orgullosamente la tierra de los Pashas, una civilización Inca que Toledo y su doctorada gringa habían subestimado, y eso le amargaba la vida al anfitrión, pero Bermúdez, tan pronto terminó de cenar, cabeceaba de fatiga y pidió su cama. Apenas se quitó los zapatos se quedó dormido.
Y enrumbó cuesta arriba, cigarrillo tras cigarrillo, pensando en el mal aire y en los pishtacos, y salpicadamente en el impacto ambiental de la explotación minera, qué mal aire ni que nada, invenciones de serranos, igual que esa de los pishtacos. Y qué si convencemos a los ignorantes comuneros con una fiesta con mucha cerveza y whisky, nos dejarían trabajar tranquilamente, se mueren por tomar con nosotros, y claro que se morían como se moría él por entrar al circulo de ingenieros de la mina esa en la que trabajaba su padre, y en eso tenía acierto, sin esforzarse por pensarlo. Pero ahora eso del mal aire por la falta de cigarrillos, el mal aire de los pishtacos, ¡claro!, ¡los pishtacos!, él conocía que en Llaymucha existió uno de gran fama, pero ahora no iba por ahí para suerte propia, más le temía al rebrote de los de Sendero Luminoso, esos sí que son pishtacos, se dijo para sí, lleno de miedo, y entonces, mientras soplaba la brisa por la oscura pradera de Cabraespina, se olvidó de su proactividad y quiso retroceder. Pero qué, le daba igual, ya había avanzado lo suficiente, estaba cerca de la colina, de la que se mira Cabana la tierra de Toledo, el presidente cholo, cholo como él también pue, y a mucho orgullo, pero Toledo no había nacido ahí, nació más arribita, en Ferrer, los cabanistas lo adoptaron como suyo porque necesitaban subirse al carro del cholo, y a quién más, si no había otro. Aunque al final, ¡la cagaron!, pero yo no la cagué, porque si supiera el cargo que ahora tengo hasta me felicitaría. Él no, pues, porque tenía otro patrón, pero sus dos hermanos, uno en el Ministerio de Producción y otro en esa inconclusa carretera asfaltada, sí, y qué bien.
Y pensando en el alto cargo que tenía el miedo se le fue por un segundo, luego sintió que ensordecía, se le había subido todo el torrente sanguíneo a la cabeza y pensó en el mal aire, no le quedaba otra que empezar a rezar después de persignarse, encomendándose a todos los santos desde San Valentín hasta sanseacabó, porque se le acabó el miedo al entrar en la montura de la colina desde la que se divisaba Cabana. Y aceleró su poderosa camioneta hasta entrar al pueblo de Tauca, alma madre de los mejores cocineros y bármanes, antes que Gastón Acurio, cuando el oficio era tal que al nombrarlo sonaba a desperdicio, que los enternados tauquinos de tal oficio con mucho dinero en las fiestas patronales, eso sí, se veían obligados a decir que eran administradores en esos tres y cinco estrellas en que trabajaban. Ahí, a la entrada del pueblo se detuvo un momento para llamar a su amada esposa e informarle dónde y qué bien se encontraba, el celular marcaba las diez de la noche. Bermúdez se engoriló, luego de la llamada, y se subió a la 4X4 dispuesto a llegar a Cabana a las once de la noche cuando más, pero apenas abandonó Tauca entró en polvorienta e irregular carretera y entraba al pueblo quince minutos después, sin ánimos de nada, y tuvo que hospedarse en el primer hotel que encontró a la entrada. Ahí recibió la noticia, de parte del dueño del hotel, que Cabana era más que Toledo, era orgullosamente la tierra de los Pashas, una civilización Inca que Toledo y su doctorada gringa habían subestimado, y eso le amargaba la vida al anfitrión, pero Bermúdez, tan pronto terminó de cenar, cabeceaba de fatiga y pidió su cama. Apenas se quitó los zapatos se quedó dormido.
Soñó que unas criaturas deformes lo
degollaban, y así degollado como estaba lo hervían en una tremenda paila de
cerámica inca mientras lo conjuraban a ebullición eterna, y en afán por
explicar que era inocente se vio ahogado por su propia sopa y finalmente
convertido en apacible vapor tranquilamente muerto. Muerto dormido hasta las
ocho de la mañana del siguiente día. Durante el desayuno, mientras el ingeniero
hablaba del efecto positivo de la minería, el anfitrión se acomodó con una taza
de café junto a él para seguir hablando de los Pashas, y de las lagunas de la
puna, atractivos turísticos indiscutibles del pueblo.
–La fortaleza es toda de piedra, yo diría
misma cultura Chavín. Tenemos un museo en la Plaza. Y las lagunas, las
lagunas...
El ingeniero, seguía en lo suyo y el anfitrión en lo de él. Terminado el desayuno Bermúdez abordó su vehículo. Ya al
volante se acordó que debería dejar huella de su paso por ahí, y esa huella
sólo sería visible si se pedía una caja de cervezas en la misma Plaza junto al
municipio y pegado a la tremenda camioneta, para llamar la atención del alcalde
y alardear sobre su trabajo como ingeniero minero, y fanfarroneó para convencer
al anfitrión.
–¿Me acompaña a la Plaza?, señor, quiero conocer
el museo, usted sabe, me interesa demasiado, a ver si les consigo algo del
gobierno para colocarlo en el sitial que se merece como museo.
El anfitrión no necesitaba ser convencido,
sin más se subió junto al ingeniero, y en la Plaza se estacionaron frente al
museo, al ingeniero no le quedó más que seguir a su accidental guía y aguantar
todas las explicaciones y emociones que éste resaltaba.
–Bien, ¡ahora llévame con el alcalde! –dijo
el ingeniero.
–¿El alcaldeeeee?, no se encuentra, está de
viaje haciendo gestiones.
¡Otro pendejo!, dijo para sí, el ingeniero.
Pero no pasaría por alto eso de las cervezas, ya eran las diez de la mañana y
el sol sofocaba refractando en el concreto de la Plaza, con sol o sin él,
pediría las cervezas, ¡qué carajo! soy un Bermúdez, conozco mi trabajo, sé cómo
lo voy hacer. Y pidió las cervezas, mientras se arremolinaban los notables y
poco ocupados pueblerinos, unas y otras después de la primera caja, era un
bebedor que había cogido maestría, necesitaba de licor para templar sus
nervios, sabía hasta dónde bebería, y así fue. Dejó escrito su buen nombre con
buenas cervezas y alardes de grandeza, y partió a toda máquina, no se
estacionaría en ningún ¡pueblito de mierda! hasta llegar a Pampas, su tierra
natal, y claro que, él no había nacido ahí había nacido más arribita, pero ahí
pediría unas cervezas más y nada más, a trabajar, ¡carajo!.
Qué trabajar ni qué nada, solamente necesito informar que no hay peligro alguno, luego el equipo de ambientalistas arreglará mi Informe al estudio de ellos, esos conchasumadres que se basan en estándares y proyectos modelo para ajustar su estudio definitivo, por último hablaré de frente con el más más de La Minera y le diré que entre trago y trago he convencido autoridades y comuneros para que se echen a nuestro lado, ¡ah!, y en Pampas tomaré con el Presidente de la Comunidad y el Alcalde, ¡carajo!, igual en Conchucos, esos ignorantes no saben nada de impacto ambiental, les ofreceré chamba para ellos y su familia qué más quieren, a ellos les interesa el dinero, lo demás es puro cuento. ¡A la mierda!, se me aclaran las ideas, porqué no darles algunos miles a cada comunero, unos miles nada más, que son como un sueldo mío, La Minera es transnacional, plata como cancha de maíz paccho, ni siquiera plata, cheques, nada más, compromisos de pago, cartas fianza sobre otras cartas, dinero electrónico, ¡uy, carajo!, no me había dado cuenta de esto, si no me despejo por aquí, no me daba cuenta.
Qué trabajar ni qué nada, solamente necesito informar que no hay peligro alguno, luego el equipo de ambientalistas arreglará mi Informe al estudio de ellos, esos conchasumadres que se basan en estándares y proyectos modelo para ajustar su estudio definitivo, por último hablaré de frente con el más más de La Minera y le diré que entre trago y trago he convencido autoridades y comuneros para que se echen a nuestro lado, ¡ah!, y en Pampas tomaré con el Presidente de la Comunidad y el Alcalde, ¡carajo!, igual en Conchucos, esos ignorantes no saben nada de impacto ambiental, les ofreceré chamba para ellos y su familia qué más quieren, a ellos les interesa el dinero, lo demás es puro cuento. ¡A la mierda!, se me aclaran las ideas, porqué no darles algunos miles a cada comunero, unos miles nada más, que son como un sueldo mío, La Minera es transnacional, plata como cancha de maíz paccho, ni siquiera plata, cheques, nada más, compromisos de pago, cartas fianza sobre otras cartas, dinero electrónico, ¡uy, carajo!, no me había dado cuenta de esto, si no me despejo por aquí, no me daba cuenta.
Pero no pasó de un solo tiro hasta Pampas,
se detuvo donde confluyen los ríos
Pampas y Conchucos, apenas se detuvo y fue cubierto por la espesa
polvareda que había ocasionado en su
carrera. Pero para qué esperar que se disipara, sacó la filmadora y gravó la
confluencia, ahí donde se juntan las aguas turbias del río Pampas con las
cristalinas de Conchucos, turbias estaban pues, desde mucho antes que él
naciera, desde que empezó sus labores de explotación la mina de Pasto Bueno,
turbias y sin vida mientras en las cristalinas ondeaban algunas pequeñas
truchas, “y pensar que la mina de Pasto Bueno muchos años ya que ha parado,
pero bueno..., ¡Pasto Bueno volverá a
trabajar!, de eso estoy muy seguro”.
Y llegó a Pampas, un pueblo de gente abajo
del metro sesenta de estatura que ha vivido por siglos subyugado al penoso
trabajo de mina con pobre alimentación y rico alcohol de caña, y ¡eh ahí el porqué de su baja estatura!. Llegó
seguido por densa polvareda, auto encumbrándose en sus logros, a eso de las
tres de la tarde, y buscó autoridades, el Alcalde había viajado para gestionar,
pero el Presidente de la Comunidad, ahí. Se aproximaron otros, no necesitó ni
siquiera gastar, le bastó con ofrecer buenos empleos, y mientras departía con
los pobladores su cerebro urdía el Informe en base a uno que tenía como patrón
y que conocía de memoria como padre nuestro. Así que, después de la borrachera
se quedó dormido en el hotel de la Plaza, no tenía casa ahí, ni siquiera la
tuvo su padre, vivían más arriba en campamento minero y bajaba con sus padres y
hermanos cuando niño, y solo después, hasta ese pueblo, de paseo. Quedó
placidamente dormido con una sonrisa entre labios, había logrado escribir su
buen nombre con cervezas que ni a él mismo le costaron, todo le salió a cambio
de promesas, en un país tan rico lleno de gente pobre, pobre de todo, sólo es
necesario un poco de pendejada.
Al siguiente día armó el mismo ardid en
Conchucos y entonces, ¡misión cumplida!, un día después regresó muy temprano
por el mismo camino hasta Pampas y pasó a la mina abandonada de Pasto Bueno,
donde había trabajado su padre como obrero de socavón. Menos mal que el viejo
no era tan bruto, porque abandonó el socavón para convertirse en empleado de
maestranza, nada menos que como jefe, por tener una hermana nada despreciable
al gusto del Jefazo.
Los deteriorados techos metálicos de
instalaciones y campamentos reflejaban los rayos solares mañaneros del otrora
asiento minero. Pasó por la planta procesadora ahora en sepulcral silencio, ahí
el primer socavón del primer nivel colapsado, pasó frente a lo que fue la instalación
de la potente compresora de aire que insuflaba a los socavones y que
veinticinco años atrás dejó de respirar, y luego le vinieron lágrimas porque
pasaba frente a la maestranza a donde cuando niño corría, en cuanto podía, a
abrazarse a las piernas de su padre, no quiso detenerse, aceleró dejando atrás
tupida polvareda, y así pasó tratando de ignorar lo que era la sala de cine.
Quiso seguir con la misma marcha rumbo a Magistral, una de las tantas minas de sus patrones y ahora motivo de su viaje, pero no, el recuerdo de sus días por ahí pudo más, y se estacionó frente al campamento en el que había vivido mientras estudiaba la primaria y más. O sea, loco que, o sea loco que mientras sus vacaciones cuando la secundaria y la facultad y no más, porque la mina paró cuando cayó la demanda de los minerales en el mercado internacional, del tungsteno más que todo. No obstante, no le cayó el optimismo de hacerse ingeniero aunque fuera para sentirse tal como se sentían los adustos ingenieros que admiraba por el buen sueldo que ganaban y las múltiples hembras que se les echaban. Le gustaría volver a trabajar en la mina La Buena Aventura en la sierra de Lima sólo por eso, por las hembras, pero qué, ya no ya, porque estaba en Lima, y en La Molina, por influencia de arriba y en Lima se quedó, y lo miraban para arriba y eso era lo importante, no importaba la limeña del Agustino que tenía como esposa y que administraba los ingresos que le venían, no importaba, porque él había vivido junto a sus padres y hermanos en Independencia, en la falda del cerro y muy cerca de la Universidad Nacional de Ingeniería.
Y como no le cayó el optimismo para hacerse ingeniero de minas, ingresó cuando el prestigio de la carrera decrecía, justamente por la falta de empleo, que después los otrora adustos ingenieros tuvieron que migrar a la costa para establecerse y colocarse tras de un mostrador en negocios de poca monta, menos mal que el padre de Pedro Bermúdez se había jubilado junto con la mina y montó su propia chingana para ayudarse, si no, ¡sino qué pue!. Y como la demanda de ingenieros se vino abajo, pudo ingresar sin mayor competencia a la universidad, y no a cualquiera, ingresó a la Universidad Nacional de Ingeniería, y cuando terminó marchó a la mina La Buena Aventura para realizar prácticas preprofesionales y ahí se quedó como Asistente de Seguridad Minera.
Al finalizar el milenio la minería reaparecía con fuerza, entonces para la explotación del oro, y Bermúdez se hizo fujimorista. Lo de Ambientalista le quedó aquella vez que el Superintendente de La Buena Aventura le autorizó asistir al primer seminario internacional de impacto ambiental organizado por la embajada británica, luego asistió a diversos eventos de tal naturaleza, porque se hacía necesario e imprescindible que los Proyectos de Inversión estuvieran ligados a un Estudio de Impacto Ambiental que se ponía de moda en el país, y con la influencia de Fujimori en el poder ingresó a trabajar para La Minera. Así que ahora, enfrascado en su pasado, estaba frente al abandonado campamento minero de la mina Pasto Bueno, que fue como los demás campamentos, indistintamente de obreros y empleados comunes, ahí estaba, apoyado en el muro justo frente a la puerta del departamento que antes habitaba. Súbitamente llegó a su mente la misteriosa laguna de Pelagatos, la que se llevó a su amor platónico, aquella codiciada jovencita que era asediada por los ingenieros, y que subió con uno de ellos en un bote artesanal para pasear por la laguna, y como era tan bella la muchacha la laguna la atrapó devolviendo al feroz de su acompañante hasta la orilla. ¡Mierda!, tengo que ir, murmuró el ingeniero, y se subió a la camioneta.
Quiso seguir con la misma marcha rumbo a Magistral, una de las tantas minas de sus patrones y ahora motivo de su viaje, pero no, el recuerdo de sus días por ahí pudo más, y se estacionó frente al campamento en el que había vivido mientras estudiaba la primaria y más. O sea, loco que, o sea loco que mientras sus vacaciones cuando la secundaria y la facultad y no más, porque la mina paró cuando cayó la demanda de los minerales en el mercado internacional, del tungsteno más que todo. No obstante, no le cayó el optimismo de hacerse ingeniero aunque fuera para sentirse tal como se sentían los adustos ingenieros que admiraba por el buen sueldo que ganaban y las múltiples hembras que se les echaban. Le gustaría volver a trabajar en la mina La Buena Aventura en la sierra de Lima sólo por eso, por las hembras, pero qué, ya no ya, porque estaba en Lima, y en La Molina, por influencia de arriba y en Lima se quedó, y lo miraban para arriba y eso era lo importante, no importaba la limeña del Agustino que tenía como esposa y que administraba los ingresos que le venían, no importaba, porque él había vivido junto a sus padres y hermanos en Independencia, en la falda del cerro y muy cerca de la Universidad Nacional de Ingeniería.
Y como no le cayó el optimismo para hacerse ingeniero de minas, ingresó cuando el prestigio de la carrera decrecía, justamente por la falta de empleo, que después los otrora adustos ingenieros tuvieron que migrar a la costa para establecerse y colocarse tras de un mostrador en negocios de poca monta, menos mal que el padre de Pedro Bermúdez se había jubilado junto con la mina y montó su propia chingana para ayudarse, si no, ¡sino qué pue!. Y como la demanda de ingenieros se vino abajo, pudo ingresar sin mayor competencia a la universidad, y no a cualquiera, ingresó a la Universidad Nacional de Ingeniería, y cuando terminó marchó a la mina La Buena Aventura para realizar prácticas preprofesionales y ahí se quedó como Asistente de Seguridad Minera.
Al finalizar el milenio la minería reaparecía con fuerza, entonces para la explotación del oro, y Bermúdez se hizo fujimorista. Lo de Ambientalista le quedó aquella vez que el Superintendente de La Buena Aventura le autorizó asistir al primer seminario internacional de impacto ambiental organizado por la embajada británica, luego asistió a diversos eventos de tal naturaleza, porque se hacía necesario e imprescindible que los Proyectos de Inversión estuvieran ligados a un Estudio de Impacto Ambiental que se ponía de moda en el país, y con la influencia de Fujimori en el poder ingresó a trabajar para La Minera. Así que ahora, enfrascado en su pasado, estaba frente al abandonado campamento minero de la mina Pasto Bueno, que fue como los demás campamentos, indistintamente de obreros y empleados comunes, ahí estaba, apoyado en el muro justo frente a la puerta del departamento que antes habitaba. Súbitamente llegó a su mente la misteriosa laguna de Pelagatos, la que se llevó a su amor platónico, aquella codiciada jovencita que era asediada por los ingenieros, y que subió con uno de ellos en un bote artesanal para pasear por la laguna, y como era tan bella la muchacha la laguna la atrapó devolviendo al feroz de su acompañante hasta la orilla. ¡Mierda!, tengo que ir, murmuró el ingeniero, y se subió a la camioneta.
Se sentó al mismo borde de la laguna y lloró
mientras su mirada se perdía en el otro extremo de la masa celeste. Y apareció
por allá, por ese extremo, como saliendo de una luminosa neblina, una silueta
informe, ¡Amatista!, exclamó el afligido hombre bañado en sollozos, la silueta
se le acercaba tomando forma humana, ¡es ella!, exclamó el delirante. Y sí,
para él, era ella. Pero cuanto la tuvo enfrente en tierra firme, sintió miedo, un gélido miedo que le produjo
aturdimiento, no era ella, era él, un hombre con un gran crucifijo que pendía
de su cuello, arriba del metro ochenta, mucho más alto que el robusto
Ingeniero, un flaco desgarbado de frente prominente y cuadrada que con sonrisa
franca le entregaba un ¡hola! amical. Se puso de pie como queriendo huir, pero,
él conocía a ese gringo, bueno, para él todo rubio y alto era gringo,
suficiente para sentirse subyugado. Como aquella vez cuando él apenas había
terminado la secundaria, y no tan cincuentón como ya, lo vio por primera vez en
la Plaza de Pampas, lo vio como a un Dios muy superior a todos los hombres
superiores que conocía, los ingenieros mineros. Y ahora lo tenía ahí frente a
él, ¡el doctor Dieter!, el que jugaba ajedrez con los escasísimos y desocupados
rivales del pueblo en una banquilla de la tranquila y casi desierta Plaza, y jugó con Pedrito como enseñándole, y
Pedrito no aprendió el juego porque, mientras lo enseñaba, el muchachito se
concentraba en el celeste de los ojos de aquel maestro forastero.
Doctor Dieter Goepfert, así se hacía llamar
aquella vez que entabló una no disimulada amistad cuando el ingeniero era sencillamente
Pedrito, le dijo que andaba por ahí en busca de pacra, una planta de flor verde
y carnosos pétalos que crece arriba de los cuatro mil quinientos metros sobre
el nivel del mar, y que, los ganaderos de la puna administran vía oral para
activar el erotismo del ganado. Dijo que trabajaba para la Academia de Ciencias
de Alemania Federal, y hasta le entregó su dirección, Sudstr 17, Stockdorf,
Munich (Munchen), Alemania Occidental.
Pedrito se prendió del gringo y se ofreció acompañarlo hasta la misma planta
de pacra, arriba de la laguna Pelagatos. Dejaron el ajedrez y se subieron a la
tolva de un camión hasta llegar al campamento minero de Pasto Bueno donde vivía
Pedrito, ahí la madre, la atenta madre del muchacho se las arregló para
hospedar al gringo. Y al siguiente día partieron carretera arriba rumbo al
objetivo. Ya arriba de la laguna, por camino de herradura, el gringo empezó a
jadear y Pedrito se asustó. Regresa hombre, le dijo el gringo, yo iré solo,
regresa antes que se haga muy tarde. Favor a tiempo, pensó Pedrito, y sin más
ni nada dio media vuelta sin mirar atrás, conforme avanzaba el cargo de
conciencia lo atormentaba, pero qué, regresaré mañana domingo con mi padre a
socorrer al gringo, ¡qué carajo!, por
último, qué mierda, se hace noche. Ya en el hogar y mientras la cena, informó a
sus padres y a sus tres hermanos menores, dos varones y una niña cerrando
filas, los informó que el gringo había preferido quedarse solo en el rancho de
la china Rosha.
–¡Jajajajajaja!... –el padre se desató en
carcajadas y los hermanos también–, qué gringo pa pendejo, se enpiernará con la
pastora.
–Mal pensado –murmuró la madre, muy molesta
y todos callaron.
Así que el domingo Pedrito no fue a buscar
al gringo, y el gringo no llegó. Mas, en casa todos estaban tranquilos menos
Pedro, esa noche no durmió y al siguiente día se levantó con la aurora a buscar
a uno de sus amigos de confianza para contarle todo y marchar al encuentro del
gringo.
–No cho, no, y si está muerto nos echan la
culpa, carajo. ¡Mi cocho me saca la mierda!, yo no voy, cho, tú conoces a mi
viejo.
Y Pedro, se sintió muy solo, se culpaba por
el incidente, ese día no almorzó, perdió el apetito. Ya por la tarde, para
aliviar su culpa, enrumbó carretera arriba, y cuando hubo avanzado algo más de
un kilómetro su ánimo explosionó en alegría, en dirección opuesta venía el
gringo con la mochila reventando por las plantas de pacra y otras yerbas de
puna que contenía.
Un día más permaneció el gringo en compañía
de la familia de Pedro, hablaba un castellano perfecto, instruyó que la
gramática castellana era la más complicada de todas las gramáticas, pero que
sin embargo, era la más florida. Además bromearon como si se conocieran de
años, por la noche hasta se tomaron un gro para el frío, nada más que
aguardiente y algo de jugo de limón diluidos en agua recién hervida, nada nuevo
para el gringo porque en Alemania había tomado algo parecido. Y al otro día muy
temprano se trepó en un camión que iba por la puna rumbo a Trujillo. Y nada más
pue, desde entonces no lo he vuelto a ver hasta ahora que lo tengo aquí frente
a mí, esta igualito no ha envejecido para nada.
–Sí –respondió el gringo dejando confundido
al ingeniero, “cómo pudo adivinar mi pensamiento”–, justamente desde aquella
vez.
–¿Has vuelto por más pacra? –ahora lo
tuteaba, porque lo veía menor en edad, un hombre de cuarenta como cuando lo
conoció, lo tuteaba porque además ahora era un funcionario de alto nivel de una
gran compañía.
–No, ahora estoy buscando una piedra.
–¿Cuarzo, amatista, piedras preciosas?.
–Piedra granito, piedra común y corriente,
sólo que, sólo que tiene un grabado especial, un símbolo.
–¿Qué símbolo?.
–Una cruz.
–¡Va!, cualquiera puede tallar una cruz en
una piedra bruta.
–Sí, claro, pero lo importante es cuando y
para qué, mejor dicho, cuando y para qué fue tallada, ahí está la importancia.
Es una piedra precolombina.
–Deberías buscarla por allá, por donde
crucificaron a Jesús, los incas no conocían la cruz.
–Eso crees tú, toda cruz tiene un
significado que va más allá de lo que todos conocen, es una revelación
disimulada, todas las civilizaciones antiguas la tenían y las modernas se han
quedado con el legado. La cruz cristiana, la esvástica, la griega, la hoz y el
martillo, la Chacana.
–¡La chacana!, claro, el símbolo del cholo
Toledo, la gringa malhumorada de su mujer fue la que la eligió como símbolo del
partido. Pero, ¿la hoz y el martillo?, no te pases, Doctor, nada que ver con la
cruz, la hoz y el martillo es un símbolo de muerte.
–Igual que las demás. En las civilizaciones
antiguas el primer hombre que cometía la osadía de hacer una cruz era condenado
a morir atado a ella.
El doctor siguió hablando de las cruces de
las diferentes civilizaciones, mientras el ingeniero lo escuchaba, y a medida
que el doctor se compenetraba en el tema el ingeniero se distanciaba, porque
aún le faltaba completar su trabajo de campo en la misma mina Magistral, yo que
tengo que ver con cruces, yo vivo de la mina, tengo que ir a filmar y levantar
todo eso, qué me importa lo que diga este gringo de mierda...
–Ingeniero –interrumpió el doctor– son las
diez de la mañana y tú tienes mucho que hacer, así que súbete a la camioneta y
aquí te espero.
–Sí, claro, mañana temprano, aquí mismo.
¡El ingeniero!, el ingeniero aceleró la
maquina dejando una montaña de polvo en el ambiente, generando su propio
impacto ambiental, y llegó tan pronto como pudo para ordenar un almuerzo a base
de truchas y filmar, levantar, lo que debería, además de conversar con el
personal subalterno de la mina aún en labores de exploración. Esa noche,
después de la cena, se emborrachó con el whisky que para casos especiales
reservaba el Jefe de la mina. Y al siguiente día después de un opíparo desayuno
con truchas, mientras el encargado revisaba la camioneta para garantizar el
viaje de retorno del ingeniero, con el frío de puna hasta los huesos se aferró
al volante. Y aceleró cuesta abajo cual cometa sideral, muy tranquilo por la
labor cumplida, y ahora sí al encuentro del doctor, que entonces ya no le
parecía tan interesante como antes, le parecía un viejo loco, viejo loco con tremenda
cruz en el pecho, claro, viejo y acomplejado, ¡carajo!, cuantas cirugías
estéticas tendrá, debería reducirse esa horrible frente de Herman Monstruo,
¡mierda!, pero ¿cómo pudo caminar sobre el agua hasta llegar a mí?. Primero me
pareció ver a mi amor imposible, Amatista, estaba tan confundido pensando en
ella, pero más que todo en ese beso que ella me dio casi en la boca, por poco
le doy un beso al gringazo ese, claro, él apareció mientras yo pensaba en ella,
creo que la imaginé caminando sobre el agua, quién podría caminar sobre el
agua, sólo Jesús nuestro Señor. Y ahora el gringo anda interesado por una cruz
incaica, eso entendí, más loco que una cabra porque cree que la chacana es una
cruz, ¡y la hoz y el martillo de los comunistas de mierda!, otra cruz. En un
momento creí que adivinó mi pensamiento, pero luego me empezó a contrariar con
su aburrido discurso, menos mal que se dio cuenta y fue él quien me sugirió
continuar mi camino. Anoche con qué pastora se dormiría, le gusta la mugre al
gringo este. En Alemania ¿no habrán mujeres?, ¡qué van haber!, aguachentas,
quesos frescos, seguramente, si no porqué este gringo se viene a buscar hueco
por aquí.
Y llegó el ingeniero, y luego de
estacionarse cerca de la laguna prendió un cigarrillo muy tranquilamente,
recorrió con la mirada todo su entorno, el gringo ni noticias. Así que se bajó
de la camioneta y se sentó en el mismo lugar de ayer, y por allá, por el otro
extremo de la laguna, agitándose dentro una impresionante neblina, cual aurora
boreal, apareció una silueta, igual que ayer, e igual que ayer se acercaba,
mientras muy dentro de sí, el ingeniero, percibía la voz del gringo
amonestándolo “hombre de poca fe, te burlas de mí, pues aquí me tienes, trata
de correr y no podrás porque te tengo controlado”. Lleno de miedo, el
ingeniero, se preparó para huir de ahí a toda máquina, pero no pudo, estaba
inmóvil, pegado al suelo, mientas el cigarrillo le quemaba los dedos, sin que
pudiera percibirlo, ¡qué miedo!, “cuánto miedo tienen los soberbios incrédulos como
tú, encumbrado ingeniero, te torturaría en tu propia cruz hasta que declines tu
soberbia...”, aquella voz siguió en el cerebro de Pedro el ingeniero hasta que
el doctor tocó tierra firme.
–Perdón, Doctor, no hice nada que le
molestara.
–Mientras venías en ningún momento dejaste
de subestimarme.
La respuesta hizo que el ingeniero
entendiera perfectamente quién era el doctor, Dios, y nada más, para qué
complicarse la vida, un Dios que lee el pensamiento y camina sobre el agua, un
Dios que tomó la forma del doctor Dieter, un Dios que me está poniendo a
prueba, lo sabe todo, no necesita buscar nada, para qué buscar una cruz
precolombina en piedra.
–No te confundas, no soy Dios, soy igual que
tú, soy tu pasado.
–No más pruebas, Dios mío, aquí estoy y
ahora me arrodillo ante ti, soy tu humilde siervo, puedes hacer de mí lo que
sea tu voluntad, sólo te pido por mi familia y mis ancianos padres.
–Levántate no seas servil, ¡qué no soy
Dios!, a Dios no le gustaría verte arrodillado, te condenaría al fuego eterno.
Levántate, somos amigos, al menos yo me considero tu amigo, olvídate que soy
Dios, por lo menos mientras estés frente a mí.
Entonces se abrazaron, en abrazo tan humano
que el ingeniero así lo sintió, y sintió más, todavía, un Dios hecho hombre o
un hombre hecho Díos. Pero Bermúdez se consideró, en aquel momento, un
hombre ilimitadamente afortunado, tenía
la confianza de La Minera porque tenía la facilidad de treparse en cualquier
carro, y ahora estaba en fuerte abrazo con Dios, no menos que Cristo quizá, y más
afortunado que Monseñor Bambaren que había logrado la santificación en vida
haciéndose pintar recibiendo la mano de Cristo en camino al paraíso celestial,
nada menos que en el altar mayor de la Iglesia de Nuevo Chimbote de la
provincia de Santa. Estaba feliz y todos los malos pensamientos se le
despejaron. Terminado el abrazo, y aturdidos por el frío, doctor e ingeniero se
subieron a la camioneta.
–¿Y ese crucifijo?, antes, usted no lo
llevaba –inició la conversación el ingeniero.
–Siempre, lo llevo conmigo , sólo que antes
no lo mostraba.
–A propósito, me gustaría saber acerca de la
cruz que usted está buscando.
–Es la aproximación más cercana a la
esvástica, conozco la historia de la cruz, sólo quiero ratificarla. Sucedió en
una sociedad antigua de por aquí –el doctor manipuló su crucifico y apareció
una fotografía en un visor, tipo celular–, es ésta.
–La tengo, Dios mío –dijo el ingeniero.
–¿Dónde la tienes, en tu casa?.
–¡En el museo de Cabana! – respondió en
primera, no podía entrar en rodeos, el ingeniero, el doctor leería su
pensamiento.
–Vamos a Cabana.
–Sí, vamos, por ahí tengo que regresar. Tres
horas a Cabana.
–Que sean cuatro, para no contaminar el
ambiente.
–Lo que usted diga, Doctor. Vamos.
–Vamos y trataremos de no entretenernos con
los lugareños.
–Sí, de acuerdo. ¿Puedo preguntarle algo?.
–Sólo pregunta y te respondo.
–¿Sigue usted en Alemania?.
–Vivo en otro planeta, muy lejano a éste.
Mutismo en el preguntador, y miedo,
incredulidad.
–¿Otra vez dudando? –dijo el doctor.
–No, no, no, cómo cree. No dudo para nada.
–Entonces sigue preguntando.
–¿Cómo llegó hasta la laguna?.
–Bueno, precisamente ahora no llegué, soy
una réplica de mí mismo, estoy aquí y en otras partes si así lo quisiera.
–Como Dios en todas partes.
Y ahora estaba multiconfundido, el
ingeniero, no podía dejar de dudar y creer a la vez. El doctor lo dejó sumido
en dudas y cavilaciones, no quería interrumpir porque al ingeniero le resultaba
imposible comportarse de otra manera, el doctor lo sabía, era la naturaleza
humana, la misma que él tenía, dejó que la mente del ingeniero se portara como
tal, iba al volante y otro golpe de sorpresa podría hacer que perdiera el
control de la camioneta. Por fin volvió a preguntar.
–Aquella vez que le conocí ¿también fue una
replica de usted mismo?.
–Aquella vez llegué en mi propia nave que
estacioné en la laguna de Pelagatos.
–¿Cuántos años demoró en llegar?.
–Horas, menos horas que a Cabana.
–¿Tan cerca está el planeta de donde viene?.
–Infinitamente lejos.
Y
nuevamente el infernal mutismo lleno de dudas en el ingeniero, mientras se
desplazaban por la polvorienta carretera, que pasó de largo por el pueblo de
Pampas sin fijarse en la multitud que lo esperaba, y eso estaba bien,
funcionaba el viaje sin interrupciones sin que siquiera pudiera darse cuenta el
ingeniero. Y ya en la serpenteante y polvorienta carretera que va a dar a la
confluencia de los dos ríos para dar origen al Tablachaca, volvió a preguntar.
–¿Cómo se puede llegar tan rápido de un
planeta infinitamente lejano, doctor?.
– Sé que conoces algo de magnetismo.
–Vagamente, muy poco, casi nada.
–Suficiente. Vine por un carril
electromagnético, en otras palabras, por líneas de fuerza de diferentes campos
magnéticos.
–Creo que tendré que estudiar mucho de
magnetismo, mientras tanto no podría entenderle perfectamente.
–Te comprendo.
–¿Qué combustible usa su nave?.
–Ninguno, fuerza magnética. Aunque a veces
se hace necesario usar hidrógeno.
Campos magnéticos, líneas de fuerza carril
en el vacío, todo eso totalmente inalcanzable para un ingeniero de minas
ensamblado para transformar rocas en minerales, pero seguiría preguntando
porque ya se estaba acostumbrando a escuchar esa realidad, abstracta para él, y
común y real para el doctor.
–Doctor, ¿o sea que aquella vez que abordó
el camión rumbo a Trujillo, usted se fue a la laguna?.
–Exactamente.
–¿Y si yo le hubiera ido a buscar en
Alemania, no le hubiera encontrado?.
–Sí, porque tenía que entregar la pacra
allá, era parte de mi misión.
–¿Y su nave, se quedó en la laguna?.
–No, me estacioné en un lago de los Alpes.
Ya había estado antes, ahí, y en otros lagos, también.
–¿Sabía usted que por esos días desapareció
una muchacha en la laguna de Pelagatos?.
–¡Amatista!, sí, volví a la laguna para
llevarla a mi planeta y regresé para establecerme en Alemania. Amatista era una
criatura inocente aún, que merecía ser rescatada de este planeta. No, no
sientas celos, no la llevé para mí, la llevé para salvarla, ella vive allá y es
muy feliz.
–La buscaron en la laguna hasta agotar todos
los medios, y ni rastro de ella, los buzos dijeron que posiblemente fue
atrapada y digerida por las plantas acuáticas de lo más profundo de la laguna,
los ingenieros decían que fue atrapada por un remolino que hay al fondo y al
otro extremo de la laguna y que da origen a una corriente de agua subterránea,
pero otros decían que fue engullida por un monstruo acuático que tiene un solo
ojo como faro de camión y que por las noches emerge desde allá desde el otro
extremo de la laguna para inspeccionar su dominio.
–Lo siento por todo lo que ocasionó su
desaparición, pero fue por su bien, y si tú no me abandonabas aquella vez en la
puna, también hubieses ido conmigo. ¡Caramba!, vieron el faro de mi nave como
el ojo de un monstruo, interesante, eh.
Pensar en esa pasada posibilidad le entregó
un mundo de felicidad, imaginando su vida a lado de la mujer que amaba, hubiese
sido su primer hombre y ella su primera mujer, en un paraíso desconocido que
aún no imaginaba.
–¿Cómo era esa nave suya, la tenía sumergida
en la laguna?.
–Ahora está ahí, y no sumergida, aunque
podría estarlo.
–No la he visto.
–No podrías verla, nuestras naves tienen un
camuflaje que refleja todos los rayos de luz y absorbe las ondas sonoras. En
verdad, son naves muy simples, ¿no crees?. Son de forma cónica regulable,
compuesta por troncos de cono huecos y concéntricos, que se alargan y se
acortan según se necesite despegar, estacionar o navegar, y funcionan con
energía magnética. Inicialmente, nuestras naves no respondían a la energía
magnética cuando entraban a la atmósfera de los planetas, entonces se hizo
imprescindible el uso de hélices y propulsión a reacción dentro de la
atmósfera, usando hidrógeno como combustible, hélices para controlar el
descenso, ascenso y movimiento radial dentro del planeta, y propulsión a
reacción para despegar. Ahora nuestras naves, además de energía magnética,
siguen usando hélices y propulsión a reacción en desplazamientos internos
dentro de los planetas, como alternativa de diversificación de uso. Podríamos
haber ido al museo de Cabana con la nave, pero, para qué, si además tiene
sesenta metros de diámetro. Siempre nos hemos estacionado en lagos y mares para
obtener el hidrógeno que necesitamos, pero preferimos los lagos de agua dulce
porque la salada es corrosiva.
–¿Cómo es el planeta en el que vive?.
–Muy parecido a éste, sólo que un poco más
grande.
–¿El doble?
–Sólo un 20 % más .
–Quiero preguntarle algo, pero no lo tome a
mal.
–Sí ya sé, me ves igual que antes, para ti
no he envejecido nada, es que nuestro promedio de vida es de mil años.
–¡Ay chucha!
Esa edad si le era familiar porque procedía
de padres católicos y se formó en un mundo católico, y bien lo sabía por eso
que registra la Biblia sobre Matusalén y los otros hombres bíblicos de larga
vida.
–Justamente, lo que estás pensando, ahora
comprenderás el porqué te dije que soy tu pasado.
–En un inició acepté la existencia de esos
hombres de Dios, pero, después razonando un poco, pensé que los años de
aquellos tiempos eran algo así como los meses de ahora.
–Razonamiento equivocado, porque aquí me
tienes.
–¿Y porqué ahora nuestra vida es más corta?.
–La de los humanos terrestres, pero no la
mía ni la de los demás de mi planeta, tengo cuatrocientos treinta y cinco años.
¡Cuatrocientos años!, con cuatrocientos años
Pedro Bermúdez sería dueño del planeta tierra, para qué más, todo un planeta
para el solito, a todo lujo y a todo dar, y hasta me lanzaría al espacio con mi
propia nave a la conquista de otros mundos, ya quisiera yo tener la larga vida
que tiene este...
–Justamente, la codicia, el egoísmo, la
desmedida ambición y todo eso, propio de ustedes, han desgastado la vida de los
terrenales, tú mismo lo estás explicando en tu pensamiento, mi querido
ingeniero.
–Perdón Doctor, mi Doctor, Dios mío, he
pecado de pensamiento.
–Pero también de obra.
–Perdón, no fue mi intención.
–No pidas perdón, es tu naturaleza moldeada
en este planeta.
Su
pensamiento se concentró en Amatista, la temprana mujer que removió su corazón,
qué estaría haciendo por allá por ese planeta tan lejano, cuánto de vida
tendría.
–Amatista vivirá mil años, si eso te
tranquiliza.
–Me gustaría vivir con ella, dejaría todo en
este mundo y me iría para allá si usted me concede el favor.
–Estás demasiado contaminado para ir allá
pero no imposibilitado.
–Entonces, ¿me llevaría?.
–Primero vayamos a Cabana, quiero ver esa
piedra, mientras tanto puedes seguir preguntando algo que quieres saber.
–Eso de que Adán fue hecho de barro y Eva de
la costilla de él, me parece muy ingenuo –dijo eso, el ingeniero, y se
persignó.
–Bueno, no precisamente fue hecho de barro,
arcilla moldeable, es una forma de explicar que el humano es moldeable,
adaptable, social y ecológicamente, lo cual explicaba la adaptación de mis
antepasados en la tierra después de repetidos intentos. Luego, eso de la
costilla, no es más que una explicación disimulada de lo que ustedes llaman
ingeniería genética que tuvo que aplicarse para la adaptación en este planeta,
ya que existía el antecedente de que
todas las mujeres que antes vinieron en pareja en misión de colonización se
aterrorizaban hasta no más en este mundo, que terminaban pariendo hijos de
igual apariencia terrorífica. Eran sus hijos extrañas criaturas que se lanzaron
a poblar las junglas.
Qué explicación era ésa que tiraba por la
borda sin asco alguno todas las teorías del origen del hombre en la tierra, el
ingeniero admitía que el hombre fue creado por Dios, pero también admitía que
el hombre descendía del mono, pero jamás se preguntó el porqué Dios no sigue
haciendo hombres tan puros como el primer hombre, como jamás se preguntó el
porqué los monos no siguen originando más hombres. Estaba acostumbrado a
trabajar con normas, normas técnicas y administrativas, normas de calidad, de
calidad total, bajo las cuales debería enmarcarse, estaba acostumbrado a que lo
impusieran, aunque nadie le había impuesto trepar y subordinar a como de lugar,
lo practicaba porque era una norma impuesta de hecho por la sociedad, pero
entonces nadie le imponía nada y no tenía porque aceptar la explicación.
–Perdón, Doctor, pero no me convence.
–No tengo porqué convencerte.
–No, no, usted es Dios. No hay más que
comprender. Le he visto caminar sobre el agua.
–Bueno, sí, se puede levitar tranquilamente
sobre el agua por magnetismo controlado por un ordenador, recuerda que el agua
es un buen conductor de electricidad, y si a esto sumamos el poder magnético de
la montaña, entonces también se puede levitar fuera del agua.
–Bueno, eso si no está a mi alcance,
sinceramente.
...
–Usted dijo “Eran sus hijos extrañas
criaturas que se lanzaron a poblar las junglas”, ¿ me podría explicar con mayor
detalle?.
–Con
todo gusto, pero, pero para la camioneta para que puedas escucharme
perfectamente.
–Justamente, me moría por un cigarrillo.
Frenó y estacionó la camioneta al costado
derecho de la carretera, venía tan compenetrado en aquella conversación de otro
mundo que no tenía ojos para admiran los campos amarillentos prometedores de
buena y madura mies que tenía al frente, y le pareció que la camioneta había
levitado hasta estacionarse ahí donde ahora estaban, porque no pudo
percatarse de su paso por abajo por la
confluencia de los dos ríos. Ahora estaban ya frente a la campiña de Shindol,
en una saliente de la ladera, y por abajo circulaba el turbio río Tablachaca,
que más turbio se tornaba con la avalancha de rocas y tierra que caían a su cauce
desde la misma cima del cerro Parihuanca. Ahí trabajaba otra minera a tajo
abierto en busca de oro blanco, y arrojaba sus desechos al río, la Minera SS,
no de las cámaras de gas, sino, la de los ambientes de polvo, trabajaba por las
noches para disimular la polvareda, y por eso los campos amarillentos y no por
la mies madura. ¡Qué estupidez!, exclamó el doctor mirando al Parihuanca, eso y
nada más, dijo, porque tenía que complacer al ingeniero.
–Ponte cómodo. Bien. Cuando mis antepasados
se enteraron que nuestro planeta quedaría desierto en cinco millones de años,
perfeccionaron la navegación espacial y empezaron a buscar planetas similares
al nuestro para colonizarlos, y encontraron éste, entonces de exuberante
vegetación, agua y agua limpia en todas sus formas, aves y más criaturas que
las que ahora tiene. Los cosmonautas nunca regresaron porque les tomó casi toda
una vida llegar hasta aquí, pero reportaron lo que encontraron. Con toda la
información obtenida los científicos optaron por mandar hasta aquí jóvenes
parejas de humanos en sendas naves, que controladamente se reproducían en el
trayecto. Ya aquí, se estacionaron en diferentes lagos y mares entre lo que
ustedes llaman trópicos, la reproducción arrojaba crías deformes en lugar de
humanos, era de esperarse, porque el
proceso de reproducción se estaba dando en condiciones diferentes a la
naturaleza del planeta de origen, así que el humano deformó gradualmente hasta
llegar a lo que ustedes llaman monos. Y ahí quedó todo, porque, mientras tanto,
mis antepasados habían encontrado un planeta semejante al nuestro, y además
unido a él por un carril magnético que reducía notablemente el tiempo de viaje.
Y abandonaron el planeta de origen antes de que fuera demasiado tarde.
–¿O sea que usted?.
–Sí, yo vengo del planeta conquistado, el
planeta moribundo gravita alrededor de un planeta de masa ochenta veces mayor.
–¿Y no tenía vida el planeta ese?.
–Sí, y tan cerca del planeta de mis
antepasados, poblado con criaturas
gigantescas, entre ellas seres que dominaban ese mundo, parecidos a
nosotros, pero con un solo ojo.
–¿Por qué no lo colonizaron?
–No fue posible vivir ahí, los que iban
quedaban pegados a la superficie, la adaptación hubiese sido muy penosa, ni
hablar, además estaba superpoblado.
–Usted dijo “Y ahí quedó todo”. Si ahí
hubiera quedado todo, usted no estaría aquí.
–Claro, quise decir que ahí quedó el intento
de colonización de la tierra, pero, además, la tierra ya era parte nuestra,
habíamos enviado aquí a nuestros semejantes y degeneraron, y vino la inquietud
por ellos, el querer saber que pudo haberles pasado. Nuestra navegación
espacial había alcanzado ya gran nivel, habíamos superado en eso a otros
habitantes de otros planetas, y empezamos a venir como de paseo. Se dio inicio
a un proceso de adaptación, ya te he mencionado, lo que aquí se llama
ingeniería genética, se puso en práctica en eso que ustedes llaman Edén, se
puso en práctica en lo que ahora se llama Europa, Asía, África y América, en
épocas diferentes, estaban vigilados por nosotros. Y algunos milenios después
los colonizadores perdieron la capacidad de comunicarse mentalmente, no resultó
la adaptación conforme lo esperábamos. Los terrestres obtuvieron rasgos
diferentes según sus colonias, se habían formado razas, las que todos conocen.
No trabajaban, ¡para qué en un mundo de abundancia!, la ociosidad los llevó a
inventar juegos para entretenerse y nació el odio entre contrincantes hasta
destruirse mutuamente disputándose la supremacía. No atendían nuestros consejos
y se sublevaron contra nosotros porque nos consideraban extraños, extraños
pretendiendo apoderarse de la tierra que la consideraban suya. Por su rareza y
maleabilidad les enseñamos a trabajar el oro, nada más para que se entretuvieran,
y consideraron que nosotros estábamos interesados en el metal para construir
nuestras naves, era natural que pensaran eso, las naves, ocasionalmente,
brillaban y aún brillan como el oro, ya te había dicho que reflejan todos los
rayos luminosos. Inspirados por el reflejo de nuestras naves se lanzaron a la
conquista del oro, en todas las colonias, para construir sus propias naves y
seguirnos, y al no poder construirlas le dieron al metal un trato divino, y lo
apostaban durante sus juegos. Hubo escasos humanos que conservaron intacta
su naturaleza primigenia, así que con ellos manteníamos reuniones en nuestras
visitas, y nos apartamos de las muchedumbres, sólo manteníamos comunicación con
nuestros escogidos. Oro y más oro, se formaron grupos delimitando territorios,
y se inventaron guerras para conservarlos, y para ganarlas reclutaban a los
jóvenes ¡a la fuerza!, las madres lloraban estos arrebatos porque sus hijos no
regresaban con vida, y se apoderó en ellas el miedo por procrear que de tanto
miedo por perder lo mejor de lo creado, perdieron su capacidad de ovulación,
aquella capacidad de procrear de por vida, y lo peor, en ese infierno de
guerras sin sentido se les acortó significativamente la vida. Teníamos el poder
para destruirlos, pero no es nuestra naturaleza usar tal poder, así que, los
nuestros, para hacerse escuchar, tuvieron que decir que eran hijos de un Ser todopoderoso, creador del universo y
dueño de las criaturas de la tierra, pero los líderes de los otros, en ciego
afán por dominar, también se hicieron llamar hijos de Dios. Los dominantes
sabían de nuestra existencia, y decretaron leyes que impidieran a los
terrestres todo acercamiento con nosotros. Empezamos a recuperar a los
nuestros, pero se quedaron los intermedios, ¡y nos imploraban!, y en sus
manifestaciones artísticas disimuladamente nos perennizaban con la esperanza de
que los llevásemos con nosotros, pero no podemos llevarlos a todos los que
quieren, sino, a los que nosotros elegimos.
No hubo más, el doctor lloraba y el otro ,
el otro roncó su camioneta y a Cabana, inundando el ambiente con polvo de
carretera.
Ingresaron al museo, y el doctor acarició la
piedra cuadrada recorriendo el grabado en bajo relieve. Y lloró como un niño.
No era más que una hélice de cuatro aletas, idéntica a las hélices de las naves
que él muy bien conocía. Y una escultura de piedra, ni más ni menos, la cabeza
de un cosmonauta. Y todos esos grabados curvos en cerámicas y otras piedras,
formas aerodinámicas, fluidos aerodinámicos, corrientes de aire expulsadas por
las hélices. Y portezuelas, y añadiduras de naves espaciales, todo eso que
cualquiera no podría ver. Celular a la oreja, el Alcalde y su séquito llegaban
en busca del ingeniero, “unas cervezas antes
del almuerzo”, corearon. El doctor Dieter, dijo el ingeniero, qué doctor ni que
nada, ellos no podían verlo, sólo el Ingeniero. El doctor se subió en la
camioneta y el ingeniero también, dejando perplejos a los demás, e iniciaron el
retorno. Aún había interrogantes.
–Doctor, porqué te portaste insolente, ése
era el Alcalde.
–Era inútil, ingeniero, ni él ni los demás
podrían verme.
–¡Oh!, mi Dios, perdón, pero, ¿qué encontró
usted en ese museo que se puso a llorar?.
–La cruz, mejor dicho la hélice, de esas que
tienen nuestras naves, cosmonautas y mucho más.
–Bueno, sí, claro, lo que resaltan esas dos
piedras, parecen hélices, pero no son más que molinetes de maíz de los indios.
Pero, ¿cosmonautas y más?.
–¿Cosmonautas?, creo que no te diste cuenta,
hay gravados que evidencian cosmonautas, pero hay una escultura reveladora
semejante a las que ustedes llaman cabeza clava de Chavín. Por ahí, talvez se
encuentre un cosmonauta en tamaño natural, parecido al lanzón de Chavín,
expresión fundida de un cosmonauta y su nave.
Se le aclararon las ideas al ingeniero, se
acordó, inclusive, que los fundadores del imperio incaico salieron del lago
Titicaca, y el Dios de los mochicas, del mar.
Todo estaba claro, ahora. Y el doctor, no era más que un científico de
Alemania que había alardeado de su procedencia extra terrestre, y recién de su
invisibilidad para los demás.
–¿Otra vez dudando?.
–Sí pues, Doctor, cómo es eso de que usted
es una réplica de usted mismo.
–Es muy simple, me he subido en mi planeta a
un ordenador y me he disparado por todo el universo donde hay una nave como la
que tengo en Pelagatos.
–¡!.
–Se nota que no te has dado cuenta cómo
funciona eso que ustedes llaman Internet.
¡Otro mutismo!, y ahora hasta llegar a la
misma loma de Ferrer, la tierra de Toledo, ahí se paró el ingeniero, sin saber
porqué lo hacía, sólo se detuvo en plena loma. El doctor manipuló la cruz que
llevaba al pecho, y le dijo:
–Esta cruz, así como la esvástica, la hoz y
el martillo, la cruz cristiana y tantas otras, son hélices muy bien disimuladas
por artistas, hélices empotradas en las bases de nuestras naves. Ya te he dicho
que se decretaron leyes para alejarlos de nosotros, se instituyó el terror en
nombre de Dios, aquel que osaba revelar la verdad era condenado a morir. Bien,
y de todas las cruces conocidas, la del museo de Cabana es la más reveladora,
es idéntica, tallada por un gran hombre que no le temía a nada, lo rescatamos y
vivió con nosotros. Ese hombre, ese hombre era mi bisabuelo, y por lo mismo, yo
amo a este planeta.
Y manipulando la cruz apareció en la
pantalla, ¡Amatista!, la mostró al ingeniero, y él la vio como en aquellos
tiempos, muy hermosa, como en sus primaverales años. Sonó el celular del
ingeniero, ¡Piter!, dónde estás, Piter, Piter porqué no llamas, nosotros por
aquí preocupados y tú, ¡nada!... Sí, mi amor, mi reina, mira ve, es que,
nada...
Nada, pues, nada se hizo el doctor
desapareciendo en silencioso relámpago
rumbo a Pelagatos, mientras el ingeniero enmudecía por la sorpresa.
Pero qué, no pasó mucho tiempo y salió de su
ensimismamiento.
Dos de la tarde, se dijo el ingeniero,
mientras guardaba el celular. Hinchó el pechó y se subió a la camioneta, ahí se
detuvo un momento para decidir el viaje a Lima, ¿por Cabana o por Llaymucha?, mejor por Llaymucha, así
tendré que pasar por Pallasca y hablar con las autoridades, no está demás, que
me vayan conociendo por si La Minera tenga algo por ahí, sólo un saludo y nada
más, debo llegar a Lima como sea. Mejor, ¡machete en tu vaina!, nunca dejes lo
seguro por lo incierto, me repetía mi padre. Medía vuelta, carajo, pasaré veloz
por Cabana, qué almorzar ni qué nada, tengo galletas y gaseosas, por aquí
cocinan que es un asco. ¡A Chimbote! y luego a Lima.
Llegó a Lima, a la misma Molina, a las tres
de la madrugada del siguiente día. Y la
siguiente semana trabajó perfilando el Informe. La última de las siete
recomendaciones contemplaba:
“Entregar veinticinco mil soles a cada
comunero para aliviar la pobreza en la que se encuentran”.
No era una recomendación técnica, no
encajaba en la plantilla que tenía como modelo, lo recomendó porque en fin,
porque no tenía más que recomendar, y porque se le había ocurrido en el viaje.
Lo recomendó sin imaginar que seis meses después La Minera compraría la
felicidad de los lugareños con veinte mil soles por cada comunero. Llegaron en
helicóptero para entregar el dinero, y los comuneros aplaudieron a rabiar desde
antes que aterrizara hasta después que despegó y se perdió rompiendo el
horizonte.
Pedro Bermúdez Lavado, el ingeniero, había
remitido un Informe de cien páginas, con fotos, estándares, monitoreos, mapas y
tantos otros anexos de relleno.
Dos semanas, nada más, había invertido el
funcionario en el Informe de Impacto Ambiental, una en trabajo de campo y otra
en oficina. Y ahí estaba, otra vez, ahí tras del escritorio, en lo que él
llamaba su oficina, en un edificio de siete pisos de La Minera, en Surquillo,
sentado en el sillón que se balanceaba con el bambolear del funcionario minero
de confianza de La Minera, ahí ojeando algunos papeles y contestando el celular
con la portátil computadora abierta alertando me gustas y comentarios por el
nuevo estado del funcionario “Los pobres del país por fin serán ricos gracias a
la explotación del oro”, mientras sonaba persistentemente el teléfono fijo...
Descolgó el teléfono, y ¡oh!, ¡sorpresa!, desbordante alegría, lo felicitaba
por el Informe el mismo Presidente del Directorio, para que vean quiénes somos
los Bermúdez, sí, pues, pero, también, de otro lado, el mismo Presidente lo
destacaba a trabajar en Magistral como Jefe de Seguridad Integral, y esto, esto
sí que lo catapultó. Comprendió que era el inicio del fin, luego lo
despedirían, por eso entró en angustioso aturdimiento, y recordando se quedó
dormido para siempre, muerto, sentado en el retrete.
(Fue publicado por primera vez en la revista http://www.pulso-digital.com, el 19 de febrero de 2013)
Aquí les propongo leer más de mi narrativa: http://walterelias7.blogspot.com/
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