Allá en la Corte Superior de Trujillo, mientras se
ventilaba un caso de violación, el fiscal preguntó al reo.
–¿Cómo la violaste?.
–Ha la gandola –respondió el reo, tartamudeando,
deletreando, mientras miraba una inscripción hecha en el dorso de su mano
izquierda.
Silencio en la Corte, la frase “a la gandola” no la
digerían los magistrados, todos se quedaron perplejos, repentinamente a un
vocal de mucha apariencia serranil se le ocurrió preguntar al reo.
–¿De dónde eres?
–De Shullugay.
–¿Dónde queda eso, en qué pueblo en qué provincia?.
–En el pueblo de Shullugay, en la provincia de Pallasca
–respondió con evidente nostalgia.
Alivio en la Sala, los magistrados cruzaron miradas y
hablaron al unísono: ¡El Doctor Murphy!.
....
Algunos lo conocían como Shugul, otros como Shugúll, los
lugareños que habían pasado mucho tiempo en el litoral peruano lo llamaban
Chugul y los más acriollados Chuguy, tan acriollados que al pollo lo llamaban
poyo, y al contemplar el poyo de barro en la rústica cocina del hogar
primigenio, antes de sentarse a comer, ya no sabían que decir, porque hasta
entonces lo único que se habían aprendido como serranos acriollados en el
litoral era el reemplazo de la “elle” por la “ye” en la pronunciación de las
palabras. De piedrecillas irregulares que si alguien las pisaba rodaba por el
camino rompiéndose la crisma, piedrecillas desintegradas provenientes de
grandes pizarras mezcladas ahí con tierra del color del crepúsculo vespertino y
de consistencia arenosa, así era el lugar, extremadamente accidentado y con
espinosos arbustos por doquier, así sigue siendo Shugul, un paraje en el pueblo
de Pallasca.
“Creí que no volvería por ahí, por esas tierras donde mi
madre, en condominio con sus hermanos, las conducía, claro que los hermanos no
vivían en el lugar ni mucho menos en el cercano pueblo, ellos se establecieron
por el litoral, donde el dinero producto de la pesca abundaba por entonces, era
mi madre la que las administraba y compartía los productos agropecuarios con
sus hermanos, y yo me preocupaba por capitalizarlas con cultivos permanentes
además de la conservación de cercos y acequias de regadío. Ahí, al pie del
condominio, vivía el Chaspao, un cuarentón, agricultor, él, en unos retazos de
esas tierras...”.
Abajo en el chorro pena el alma de don Ricardo, comentaban
los chacareros después del asesinato del anciano. Don Ricardo vivía en la comarca del frente luego de la
profunda quebrada, tan lejos que don Ricardo demoraba medio día en llegar hasta
la casa del Chaspao y tan cerca que de una vivienda a otra tío y sobrino a
gritos charlaban amenamente. Don Ricardo era tío en enésimo grado del Chaspao,
sólo que don Ricardo pudo atesorar durante toda su vida el precio de una yunta
de bueyes, mientras el Chaspao se quemaba de sol a sol en unos sembradíos de
pan llevar que matizaba cultivando algunas cebollas de rabo para poder venderlas
y comprar la sal para el cushal y para de vez en cuando sazonar un apetitoso
cuy que su mujer criaba en su corredor y dentro de la cavidad inferior del
fogón. El apelativo “Chaspao” le vino de aquella vez que prendió una fogata al
costado de la era después de la trilla de cebada para llamar al viento, y luego
que la prendió el viento sopló tan fuerte que propagó el fuego abrazando a la
parva y al infortunado chacarero que después de la convalecencia tuvo que
soportar la terrible sensación de aparecer ante sus conocidos con el rostro
parcialmente deformado por las quemaduras, muchos apelativos se ganó luego del
terrible incidente y finalmente quedó como “Chaspao” que equivale a decir
quemado por la parte exterior. Así que,
sabedor del apetecible botín con cariñosas tretas se dirigió a don
Ricardo para que lo prestara a una tasa de interés que estimuló la codicia de
don Ricardo y accedió al préstamo. Cada mes recibía religiosamente los
intereses y al llegar el cuarto mes el Chaspao se negó a pagar lo convenido,
don Ricardo se acaloró en el reclamo y el Chaspao sacó un machete y a machetazo
limpio dio cuenta de la vida del pobre anciano, no se inmutó y llenó el
sangrante cadáver en un saco de lana y lo llevó doscientos metros allá, hasta
el despeñadero, aflojó el saco y tiró el cadáver que de tumbo en tumbo fue a
dar a la quebrada. Don Ricardo fue buscado al siguiente día por sus familiares
y lo encontraron bien muerto en el fondo de la quebrada, para poder levantar el
cuerpo tuvieron que dar cuenta al Juez de Primera Instancia que sin pérdida de
tiempo ordenó al Juez de Paz del lugar el levantamiento del cadáver, pero al
Juez de Primera Instancia no se le cocinaba que fuera un accidente natural el
que dio cuenta de la vida de don Ricardo, así que mientras hicieron llegar al
occiso al pueblo el Juez de Primera Instancia ya venía en camino, y cuando
estuvo frente al cadáver pudo notar profundos cortes en el rostro del
infortunado que motivaron su atención y sin pérdida de tiempo hizo llamar al
Chaspao y le preguntó a quemarropa cuántas noches ha escuchado al alma del
difunto penando en la quebrada, y él le dijo que tres, sin darse cuenta el
criminal habló por su boca, y entonces el Juez siguió preguntando hasta
acorralar al preguntado que finalmente terminó confesando su culpa. “¡Oígaste!,
habiasido que las almas penan”.
El crimen sucedió cuando el que quería contar esta historia
y no lo hizo porque no podía, aún era niño, ahora, Eulalio, que así no se llama
pero así debería llamarse porque lo establecía el almanaque, ya pasó para
cincuentón hace buen rato, y cuando era niño los corrales del condominio
cercano a la casita del Chaspao los administraba un hermano de su madre, que
por esas ironías del destino resultó enredado en amores con la hija del Chaspao
que aún era menor de edad y Eulalio ya entraba a la pubertad. El enredo fue de
película, sucedió que un ocasional pretendiente de la mozuela, nacido en el
pueblo y acriollado en Lima y entonces de visita en el lugar, la encontró en
dulce coloquio con el tío de Eulalio en el condominio de éste y los amenazó con
vengarse, fue hasta abajo a la casa del Chaspao que purgaba condena en el
penal, pero ahí estaba su esposa, doña Griselda, de cuarentonas rabias dentro
de tres amplias polleras de lana de carnero, y como testigo presencial el
pretendiente le contó una historia de
entrega sexual, urdida por él, entre el tío de Eulalio y la hija de Griselda;
Griselda y sus dos hijos mayores se constituyeron hasta la casita que habitaba
el tío de Eulalio, un hombre poco tolerante de mediana estatura y de tez blanca
de nombre Melquíades que así sí se llamaba por sobre todos los nombres del
almanaque porque su padre casi liberal que estudió en el Colegio san Nicolás de
Huamachuco así quiso que se llamara. Así, pues, que, con la rabia a chorros
desde la nuca hasta los talones y esputando polvo, basurillas y piedrecillas,
Griselda y sus dos hijos llegaron a la vivienda de Melquíades que haciendo gala
de buen jinete abordó de un brinco a su
azabache y los eludió a todo galope
aumentando la rabia de sus perseguidores.
Griselda y su corte familiar regresaron hasta su casita con
la venganza reventando en sus cabezas, se ubicaron en la cocinita del corredor
y se sentaron en los troncos de maguey.
–China, tray tu tunto y siéntate a mi lado –ordenó la
matriarca de la familia a la hija mientras sus dos hermanos la miraban con
potente menosprecio–, ¡abre las piernas!.
La madre auscultó.
–¡No tiene nada esta puta e mierda! –agregó.
Pero, no titubeó ni un mísero momento y atrapó un cuy que
se desplazaba por bajo sus amplias polleras, como impulsada por un brío
sobrenatural cogió del poyo un cuchillo y dio cuenta del roedor sobre la
sonrosada flor cartucho en eclosión de la muchacha, chisguetearon las
malogradas arterias ahí mismo, en las piernas y en la ropa de la virginal,
e inmediatamente la iracunda madre
preguntó:
–¿China, dónde has dejao tu calzón sucio?, ¡eso si no has
de saber so puta de mierda!.
La misma madre se apresuró a buscar el único calzón de la
muchacha, lo extendió sobre el estrado del fogón y se arrastró por debajo de
él, atrapó otro cuy, salió de retroceso, se paró, lo mató y dejó que cayera en
la rosasucia prenda toda la sangre del animal, y, en el acto se marcharon al
pueblo “¡A la autoridad a la autoridad! ”.
Así que con el fabricado cuerpo del delito el Comisario
armó un atestado de la GP y ordenó la captura de Melquíades, mientras tanto
Griselda marchó hasta la capital de la provincia y se presentó ante el Juez de
Primera Instancia para reforzar la denuncia entre sollozos y maldiciones que
bien le arderían las orejas a Melquíades, el Juez, que ella muy bien conocía
porque era el mismo que encausó a su marido hasta el Penal de Huaraz, lo
escuchaba incrédulo mirándola por sobre sus anteojos.
Melquíades llegó hasta la capital con fuerte resguardo
policial, entre rubores y náuseas cruzó la plaza eludiendo las miradas de sus
conocidos, el cortejo se paró en plena Plaza frente a lo que se llamaba La
Cárcel, el tiempo que Melquíades demoró en desmontar y pasar las rejas fue para
él el tiempo más amargo de su
existencia.
Durante el comparendo el Juez preguntó a la ultrajada.
–¿Cómo ha sido?.
–Me ha tucushido con su aparato –dijo ella mientras miraba
a su madre ahí presente.
–¿Y cómo ha sido? –preguntó el Juez a Melquíades.
–Estuve ¡HALAGÁNDOLA!.
El único médico de la capital de la provincia andina, el
único médico del lugar en toda su vida no se encontraba para que certificara la
violación, gozaba de sus vacaciones en la capital, así que el Juez habló con el
supuesto violador.
–A falta de médico aquí, tendré que elevar el caso
inmediatamente a la instancia superior, ahí hay muchos médicos, mientras tanto
tú seguirás detenido, eso sí, tenlo muy presente que allá en el Penal los
violadores son violados. Pero, te propongo una salida, ¡cásate y ya!.
–Me caso –dijo Melquides, le aterraba la idea de ser
violado por reos macerados en penetrante
lejía ávidos de descargarla en el orificio del violador con el pretexto de
hacerse solidaria la justicia ajena, y, y le glorificaba la idea de ser el
primer hombre de aquella muchacha con olor a tierra mojada, así que prefirió
aceptar matrimonio y quedó impregnado en las mentes de las los pueblerinos más
sencillos que una violación conforme lo había confesado Melquíades llevaba al
matrimonio y no a la cárcel.
Melquíades se casó con Anastasia y se fueron a vivir al
condominio que conducía Melquíades, luego su temprana mujer resultó embarazada.
Anastasia no tenía día que no visitara a su madre, doña Griselda, que vivía
como a medio kilómetro abajo de la casa de campo que habitaba el nuevo
matrimonio, por camino zigzageante, sólo una
propiedad, la propiedad de doña Petrona que vivía por Lima, separaba la casa de Griselda del condominio
con la vivienda en la cabecera. Y uno de esos días.
–Hoy no irás a visitar
a tu mamá hay mucho trabajo –Sentenció Melquíades a su mujer.
Fue suficiente para que la bronca en el naciente matrimonio
empezara , con el dime que te diré y el pégame que te pegaré, y por fin, sin
permiso ni nada, ni más ni menos, Anastasia se largó a la casa de su mama. Pasó
uno, dos, tres, seis días, y no regresaba. Melquíades fue a buscarla, y cuando
llegó Griselda meneaba de pie el tostador dentro del tiesto de barro y mientras
lo hacía sus amplias polleras abanicaban los excrementos de los cuyes en el piso de tierra, miró a Melquíades
disimuladamente de costado, escupió sobre el costado del fogón, lo invitó a
pasar al corredor y le ofreció el asiento de tunto, y en seguida empezó a
llamar a sus hijos. Los guapos llegaron más rápido que inmediato con la hermana
tras de ellos, cogieron los garrotes del montón de leña y le propinaron a
Melquíades tremenda paliza que lo dejaron tirado panza abajo. Cuando pudo
recuperarse de la masacre caminando como borracho llegó hasta el pueblo, meses
estuvo en la casa de su madre sin poder aliviarse completamente, viajó a la
costa, su madre tras él, la madre enfermó y murió, a él lo internaron en un
sanatorio y murió.
Luego de la muerte de Melquíades fue doña Asunción, hermana
de Melquíades y madre de Eulalio, la que se ocupó de administrar el condominio.
Eulalio amaba a esas tierras, las amaba tanto como a su
madre, que cada centímetro de ellas tenían el olor de su sudor, que de tanto
amor moriría por defenderlas, y las defendió aquel día que descubrió a Santiago
tirando las piedras de la cerca limítrofe de ambas propiedades.
Y por defenderlas aquel día estuvo a punto de hacerse
criminal, Santiago era del pueblo, un poco mayor que Melquíades, sin
propiedades ni nada pero añoraba tenerlas porque le encantaba la idea de ser
algún día un pequeño criador de vacunos, ¡eso sí!, por lo mismo un día marchó
treinta kilómetros a pie para trabajar en la minas de tungsteno con el único
fin de ahorrar dinero para adquirir una propiedad, y lo hizo para comprar la
parcelitas de doña Petrona en Shugul, entre el Chaspao y el condominio que
regentaba el infortunado Melquíades, y en ese afán de esforzado trabajo para
ahorrar dinero se accidentó dentro del socavón, desde entonces quedó deforme
con el espinazo desviado, por eso lo llamaban “El Güecro”, “El Torcido” “Jarro
Chancao” “Golpéao de Aguila”, y tantos apelativos más que de sobra compensaban
las limitaciones espirituales de los apodadores.
De chacra, de sol a sol, de
vivir en Shugul bajo diez metros cuadrados de rústico techo, de comer chiclayo
a diario y no sufrir de la próstata, ¡era Santigo!, y en esos menesteres veinte
veces más productivo que Eulalio que vivía en el pueblo junto a su madre y
acariciaba aquel condominio nada más que como un hermoso legado de sus
antepasados, Eulalio no tenía ambiciones productivas, era un hombre que se
pasaba horas y horas haciendo poesías que las echaba al viento para que se
encargara de diseminarlas y en tal afán se ausentaba del pueblo. Bueno, aquel
día Eulalio regaba esa parcela limítrofe, Santiago, físicamente insignificante
pero decidido a conseguir lo que se propuso arrojó las piedras del muro y en
actitud desafiante marchó hacia la “toma” del agua de riego y la encausó hacia
su propiedad, Eulalio se olvidó de lo hermosas que le resultaban las poesías y
marchó a enfrentarse con su ocasional retador, Santiago blandió un machete que
llevaba con él y lo descargó sobre Eulalio, éste esquivó el tajo y sometió a su
adversario que cayó de largo en lardo en la acequia, Eulalio le pisó la cara para
mantenerlo dentro del agua hasta ahogarlo, en ese momento le llegaron a su
mente los gritos de auxilio de don Ricardo y Eulalio se apartó de su
contrincante.
Mucho tiempo pasó sin que Eulalio y Santiago cruzaran
palabra alguna, mucho..., Eulalio tuvo que abandonar el pueblo con su anciana y
enferma madre, mucho tiempo pasó sin que Eulalio y Santiago cruzaran palabra
alguna, hasta aquel día que después de muchos meses de ausencia Eulalio regresó
al pueblo sin la anciana madre, llegó a
la propiedad y la encontró invadida por los hermanos de ella, con tristeza
contempló cómo los árboles que él y su madre habían plantado eran talados por los usurpadores sin que pudiera hacer
nada para evitarlo. Eulalio fue en busca de Santiago y sin mediar palabra los
dos se abrazaron.
“Creí que no volvería por ahí, por esas tierras donde mi
madre, en condominio con sus hermanos las conducía, claro que los hermanos no
vivían en el lugar ni mucho menos en el cercano pueblo...”
Pero volvió por ahí, por esas tierras, y tan pronto quiso
contar lo que sintió al contemplarlas las palabras se le atragantaron, dos
lágrimas rodaron entre tumbo y tumbo por los pliegues de su curtido rostro.
...
¡El Doctor Murphy!, hablaron al unísono los del jurado, él
es de esa provincia y fue Juez de Primera Instancia ahí.
El jurado suspendió la cesión y mientras tanto se
constituyó hasta la Presidencia de la Corte
Superior de Justicia de la Libertad, allá en Trujillo.
–¡Doctor! –dijo un magistrado– ¿Usted que es
pallasquino sabe qué significa “A LA GANDOLA”?.
El alto magistrado
dejó de leer, giró sesenta grados a su derecha sobre el sillón a la par que se
quitaba los lentes de lectura y un abultado vientre apareció, luego volteó la
mirada a la izquierda para dirigirla a sus interlocutores, y de aquella boca
con sonrisa franca en el marco de visible rostro sonriente de amplia frente y
nariz aguileña, salió una sola palabra.
–¡HALAGÁNDOLA! .
Publicado el 31 de octubre del 2012 en la revista http://www.pulso-digital.com/
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