La literatura se aparta de los lugares comunes

miércoles, 30 de diciembre de 2020

¡Qué miedo!

 
Idiotizado por el amor frustrado, voy por este pueblo marginal de la gran Lima, y unos muchachotes confundidos, menos, tan, o más idiotizados que yo, portando una pancarta de Meza la folklórica pistolera, me rodean, me llaman hermano, ¡hermano mayor!, apresuro el paso y corro para librarme de ellos, y tropiezo con un estrado, sobre él dos chicas pulcramente vestidas y rodeadas de vagabundos, juegan ríen y conversan placenteramente delante de un telón, me invitan a subir y subo persuadido por la hermosura de las mujeres, un vagabundo exclama “¡La función va a empezar!”, tira la pita del telón y, sorpresa, aparece el sótano de la sacristía de mi pueblo, mientras en el tabladillo las chicas y los vagabundos emergen interpretando una danza de Michael Jackson, después del telón las santas esculturas y las momias de los sacerdotes cobran vida y se unen a la danza, y en el fondo oscuro flotan fosforescentes los frescos antiquísimos de la Iglesia, ¡profanación!, digo, exclamando, sin poderme contener, e inmediatamente llega a mí  una de la bellas mujeres y me dice que su amiga me conoce y me ama, “nadie ama a este hombre”, responde un vagabundo, “yo sí”, responde la chica aludida. Y me olvido del espectáculo y de lo que dije. De piel blanca, piernas largas y cabello suelto, la mujer me inspira ternura. Nos miramos y luego nos retiramos a conversar a una maloliente banquilla, la abrazo y la beso pero no con el beso apasionado que quiero darle, algo me impide, ahí dentro mis dientes delanteros postizos se mueven, tengo miedo que caigan en la boca de ella, ¡qué miedo!, ella parece descubrir lo que oculto, y yo no tengo más remedio que confesarle tímidamente mi debilidad. “No es problema”, me dice ella, “mira los míos son todos postizos”, y se quita las dos mandíbulas, ¡que miedo!,  ¡la canción!, está peor que yo; sin embargo ahora la beso apasionadamente, ella está feliz, se le nota en todas sus expresiones, ha encontrado, quizá,  al hombre de su vida, y yo, creo que no, a la mujer. Me lleva a su casa y me presenta a los suyos, el más notorio es su hermano mayor, médico de profesión. Ahora vamos los tres caminando por el arenal, la mujer, el médico y yo; yo estoy incómodo, deseo fumar, cortésmente le ofrezco al médico un cigarrillo, me acepta, pero el saca uno de los suyos, un habano, algo gigante, me dispongo a encender el suyo, una lengua de fuego más larga de la que espero me sale del encendedor, inexplicablemente le daña el traje blanco, ¡qué vergüenza!, pero él no se inmuta, sonríe, bromea, y me lleva a conocer un amigo importante, caminando nos vamos, esquivando a los perros de los vecinos sembrados en la calle, los perros nos atacan, el médico se aleja jalando a su hermana, ¡qué miedo!, me defiendo, un perro enano es el más agresivo, lo tomo por las mandíbulas, las abro suspendiendo al animal y con él me defiendo de los demás. El médico, ni el rastro, desapareció, pero la hermana ahí aparece, inexplicablemente, junto a mí. ¡Nos despedimos!. Sigo avanzando y tropiezo con una morena alta, nos miramos con ternura y conversamos de muchas cosas de la vida, encumbrada ella en su profesión, me dice que labora en una financiera local, me lleva con ella hasta su lujoso departamento y me invita a pernoctar en el sofá, acepto, convenimos en visitar mañana a sus padres, me presentará como su prometido.  Pienso toda la noche en ella, ¡mejor que la otra!, concluyo, ahora decido por ella. Amanece, espero que salga de su dormitorio, sale elegantemente vestida, pero, ¿qué pasa?, ¿durante la noche le ha crecido una barbilla?, reacciono ante la sorpresa, ¡qué miedo!, ¿se afeitará?, quiero escapar de ella, pero algo me dice muy dentro de mí que no es justo hacerlo, tengo que cumplir, debo cumplir con mi palabra empeñada, mi promesa de amor, mi solvencia moral, lo único que no podrán quitarme. Dejamos el departamento atrás, vamos caminando, una cuadra ya, ingresamos a una deteriorada casa, una señora gorda está sentada al costado de una vieja estufa, la morena se dirige a ella y me presenta como su esposo, y dirigiéndose a mí me hace saber que la gorda es su madre , la gorda, lejos de alegrarse por la noticia, me mira con cierto desprecio de pies a cabeza, y agrega,  “¿con este viejo?, no lo creo, con este  ya nadie se casa”, repentinamente la morena se pega a mí, se cuelga de mi nuca y me besa, ¡aggggh! el beso sabe a cerveza rancia y trasciende a sexo macerado, me vienen arcadas, se me sale el estómago por la boca,  es demasiado, ¡car...!, debo escapar, salgo huyendo aturdidamente de la casa con el estómago afuera, la gorda me echa encima una manada de perros, me lleno de un indescriptible miedo, pero, no obstante este miedo, busco afanosamente una fuente de agua para lavar mi estómago, inexplicablemente una bellísima mujer de trato fino me toma de la mano y me introduce en su casa, alista el baño y me hace ingresar en él mientras ella espera en la sala, me siento seguro, me lavo completamente y trasciendo deliciosamente aromatizado, y repentinamente me perturba una voz varonil, en la sala, que dispara una ráfaga de insultos contra la bella mujer, inmediatamente salgo dispuesto a defenderla, él tipo la tiene sometida a golpes, me cargo de energía, ahí voy ¡perro asqueroso!, cojo el candelabro de bronce para estrellarlo en la nuca, alguien me lo impide, me toma por la mano que sujeta el candelabro, ¡es mi padre!, sale volando por la ventana y yo tras él, nos elevamos más y más, ¡qué sensación!, es placentero volar sin alas, digo, pero, estoy completamente desnudo, ¡olvidé mi ropa en el baño!, ¡y unas monedas!, ¡y mis documentos!, miro con pena hacia abajo y desciendo en caída libre, ¡me desespero!, ahí abajo, en el centro de lima, colmenas de vehículos, calles barbechadas, de orina y basura coronadas, azoteas abarrotadas, me esperan, me esfuerzo por caer un poco más allá y lo logro, ahí está el Campo de Marte,
¡sorpresa!, están en desfile militar, ahí el presidente monumentalmente de pie, y la Mechita la muy de hierro, y Jorgecito el muy leal, ¡y mi familia en primera fila, mirando el cortejo!... ¡laca...!. Jorgecito exclama: ¡Misil, misil cubano!, mi familia se agacha talvez por lo desnudo que estoy o talvez porque creen lo de Jorgecito, pero qué..., se escucha un estruendo ensordecedor, me han descargado todas sus baterías, el ejército ha logrado liberar su frustración de años, gracias a la miopía de Jorgecito, ¡laca...!, me estoy muriendo, la sangre se me escapa a chorros y me invade un frío glacial, siento miedo el indescriptible miedo que infunde la muerte, debo esforzarme por vivir, no, no, no debo morir, pienso, si muero el ejército al fin habrá ganado una guerra. ¡Cara...!,
  parece que me jodieron porque  festejan  “¡Viva el Perú, viva la Patria!”, me cortaron la posibilidad de yo joder para festejar. Me desespero, no me veo ni me toco. Impotente y aturdidamente grito... y, por fin, me afirmo asustado en mi cama, y un gallo canta, y mi vecino Sumarán se desata rajando su leña. Tomo la linterna de mano y, las frazadas en el piso, cuatro de la madrugada. Confundido, desesperado busco mi pantalón, aquí está, ¿la secretera?, felizmente, ¡caramba!, aquí está: uno, dos tres, cuatro, cinco soles. Un día más de vida, pienso, y suspiro aliviado.

 


Lima, año 2009.

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